LAS PERIFERIAS LATINOAMERICANAS DE LA MEDIA LUNA. Desde las revueltas de los esclavos musulmanes en Brasil y Haití hasta los actuales grupos de la galaxia fundamentalista

Una publicación islámica en la Tri-Border Area, la zona de frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay
Una publicación islámica en la Tri-Border Area, la zona de frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay

Los recientes atentados terroristas que sacudieron el mundo, desde París hasta Bamaki (sin olvidar Beirut y el Sinaí) vuelven a concentrar la atención de la opinión pública en los peligros relacionados con la difusión del islamismo radical, originando análisis más o menos profundos sobre el grado de integración social de las comunidades islámicas presentes en los países occidentales. Desde este punto de vista, la atención que han prestado los medios de comunicación a la realidad del Islam en el contexto latinoamericano es prácticamente nula. Un dato que sorprende hasta cierto punto, considerando que los musulmanes –según las últimas estimaciones- constituyen menos del 1% de la población de América Latina. Al respecto el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré, en el libro-entrevista “La América Latina del siglo XXI” (publicado por primera vez en 2006 y reeditado en 2013 con el título “El Papa y el filósofo”) afirma que “América Latina no tiene experiencia del Islam” debido a que “por su conexión con el Océano Pacífico, es mucho más sensible a la presencia del elementos humano proveniente del Extremo Oriente que a una presencia del mundo musulmán en cuanto tal”. Confirmando parcialmente este juicio, corresponde subrayar que desde un punto de vista extrictamente científico y académico, el Islam latinoamericano es un tema muy poco estudiado. Una de las pocas excepciones es la reciente publicación (septiembre de 2015) de una recopilación de estudios realizada por la University of Texas Press con el título «Crescent over Another Horizon. Islam in Latin America, Caribbean and Latino USA», fruto de una investigación plurianual que llevó a cabo principalmente el Kimberly Green Latin American and Caribbean Center de la Florida International University.

Si bien por una parte los porcentajes de la presencia islámica en América Latina no tienen nada que ver con los de países europeos como Francia, Bélgica y en menor medida Italia, por la otra la dimensión cada vez más transnacional del fundamentalismo islámico sugiere no descuidar contextos geopolíticos que pueden parecer periféricos, pero de ninguna manera son irrelevantes a los fines de una comprensión más amplia y profunda del fenómeno. Vale la pena recordar en este sentido que antes del ataque contra el World Trade Center y el Pentágono del 11 de septiembre de 2001, dos de los mayores atentados terroristas de matriz islámica tuvieron como teatro la capital argentina, Buenos Aires, donde la embajada de Israel y la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), respectivamente el 17 de marzo de 1992 y el 18 de julio de 1994, fueron blanco de explosiones que dejaron en total más de 100 muertos y 450 heridos. Son precedentes significativos que los analistas de los servicios secretos de la inteligencia occidental –especialmente el estadounidense- no dejan de mencionar en los expedientes que periódicamente se elaboran sobre la situación del terrorismo a escala global. No es casual que precisamente estos documentos (los últimos en el orden del tiempo fueron los «Country Reports on Terrorism 2014»  publicados por el  Bureau of Counterterrorism estadounidense en junio de 2015) son generalmente los primeros que aparecen combinando las palabras “Islam” y “América Latina” en cualquier buscador.

Sin embargo sería reductivo considerar el mosaico del Islam latinoamericano enfocándolo exclusivamente como potencial amenaza jihadista. Aunque más no sea por el hecho de que la presencia islámica en el continente es muy anterior a la llegada de grupos fundamentalistas como Hezbollah –uno de los más arraigados y activos en Sudamérica- y Al Qaeda. Methol Ferré con toda razón recuerda que el mismo descubrimiento de América, en el fondo, fue una consecuencia del “asedio musulmán a Europa”, que a fines del siglo XV incentivó a los reinos ibéricos de Portugal y Castilla a buscar nuevas rutas para el comercio de especias. Sin embargo, todavía es tema de debate si los primeros musulmanes que pusieron pie en el Nuevo Mundo fueron los moros españoles que llegaron junto con los conquistadores o navegantes africanos que protagonizaron travesías del Océano Atlántico entre los siglos XI y XII. Lo cierto es que la presencia del Islam en América Latina pasó a ser un elemento constante recién  con la trata de esclavos, cuando naves holandesas, francesa y británicas transportaron decenas de miles de musulmanes africanos para trabajar en las plantaciones y la minería de los imperios coloniales. En el contexto de la esclavitud se ubican algunas importantes revueltas musulmanas, como la de Haití en 1758 y la de Salvador (Bahía) en Brasil, donde la noche entre el 24 y el 25 de enero de 1835 la Revolta dos Malês trató de instaurar nada menos que una monarquía islámica.

A partir de los años ’80 del siglo XIX, a la esclavitud como origen histórico de la presencia del Islam en el contexto latinoamericano se suma un imponente flujo migratorio desde los territorios del Imperio Otomano, que ya se encontraba en camino de una inexorable disgregación. La mayoría de los inmigrantes –no todos musulmanes- llegaron a estas tierras en varias oleadas, desde 1880 hasta 1955, y provienen de las regiones del actual Líbano, Siria y Palestina. Esta inmigración se concentró sobre todo en las grandes áreas urbanas como Sâo Paulo, Rio de Janeiro, Buenos Aires y Santiago. Para tener una idea de las dimensiones del fenómeno es útil considerar que entre los descendientes de la “diáspora siria” actualmente se puede incluir el 13% de la población de Buenos Aires y aproximadamente un millón de habitantes de Venezuela. En la década del setenta, a raíz de las turbulencias políticas en Medio Oriente, los flujos migratorios se incrementaron significativamente, especialmente desde el Líbano e Irán.

Según un estudio publicado por el Pew Forum on Religion & Public Life en octubre de 2009, la población de fe musulmana en el hemisferio occidental es de 4,6 millones de personas, de las cuales solo un millón y medio reside en América Latina (más de tres millones reside en cambio en Estados Unidos y Canadá). Si en términos porcentuales las comunidades islámicas más numerosas son las de Surinam (donde los 83.000 musulmanes representan el 15,9% de la población), Guyana (55.000, equivalente al 7,2% del total) y Trinidad Tobago (78.000, es decir el 5,8% del total), las realidades numéricamente más significativas se encuentran en Venezuela (94.000 fieles), México (110.000), Brasil (191.000) y sobre todo en Argentina, donde reside la mayor comunidad musulmana del continente (784.000 fieles, lo que significa el 1,9% de la población).  Considerando un crecimiento que todavía no es consistente, pero de todos modos es constante, de conversiones al Islam, la inmigración sigue representando el principal factor que alimenta la presencia islámica en la tierra latinoamericana. Con respecto a las décadas anteriores, sin embargo, las cosas han cambiado al menos en parte; en efecto, si en Brasil todavía se puede hablar de un flujo de ingreso más o menos regular desde el mundo árabe, en Argentina y otros países el origen de la inmigración musulmana es cada vez más frecuentemente África Occidental.

La presencia de una comunidad musulmana en el continente contribuye, junto con las dinámicas de la política internacional, a las relaciones políticas y económicas de América Latina con Medio Oriente. Entre los Estados más activos en este sentido indudablemente se encuentra Venezuela, que desde el comienzo de la presidencia de Hugo Chávez ha establecido una relación muy fuerte con Irán –facilitada por la necesidad común de afrontar el aislamiento impuesto por Estados Unidos- y con Siria (otro de los países señalados por el gobierno estadounidense como “sponsor” del terrorismo internacional). Como confirmación de las relaciones que unen cada vez más las dos áreas geopolíticas, resulta significativo que Venezuela y Brasil participen –con el estatus de “Observadores”- en las reuniones de los países miembros de la Liga Árabe.

No faltan, sin embargo, zonas de sombra. Precisamente las relaciones de Venezuela con Irán permitieron que el movimiento fundamentalista shiita libanés Hezbollah, ya presente en Sudamérica desde hace décadas, expandiera su red en países como México, Nicaragua, Colombia, Chile, Bolivia y Ecuador. El creciente activismo de Hezbollah fue recientemente señalado por informes de los servicios secretos canadiense y mexicano, que por otra parte confirmaron la relación estructural que existe entre células de Hezbollah activas en América Latina y órganos gubernamentales iraníes, como el Ministerio de Información y la Secretaría para la Seguridad Nacional. Es oportuno destacar que Hezbollah siempre fue considerado el principal responsable de los atentados antiisraelíes de los años Noventa en Buenos Aires. Sobre el presunto estancamiento de la investigación que dispusieron las autoridades argentinas –para no comprometer las relaciones económicas con Irán- estaba investigando el fiscal Alberto Nisman, al que encontraron muerto en su domicilio el 18 de enero de 2015, el día anterior a la presentación que debía hacer ante el Congreso argentino precisamente sobre este delicado tema.

La actividad de Hezbollah y de los grupos de la galaxia fundamentalista sunnita -especialmente Al Qaeda- florece de manera especial en lo que se denomina TBA (Triple Frontera, según sus siglas en Inglés), vale decir la zona donde confluyen los límites de Argentina, Brasil y Paraguay, y donde se encuentran las espectaculares cataratas del río Iguazú. Hace tiempo que los servicios de inteligencia de todo el mundo saben que el triángulo que forman las ciudades de Puerto Iguazú (Argentina), Foz do Iguaçu (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay) es uno de los principales hub financieros y logísticos del terrorismo y del crimen organizado internacional, sobre todo por los escasos controles del tráfico que cruza las fronteras y la elevada tasa de corrupción de las autoridades fronterizas. Estos fenómenos se concentran especialmente en el lado paraguayo, porque en ese país todavía no se ha implementado una coherente y eficaz legislación antiterrorista. En la Triple Frontera reside una de las comunidades árabes más numerosas de América Latina, que cuenta con 30.000 miembros sobre todo de origen libanés. En esta comunidad hay una mayoría compuesta por sunnitas (57%) y shiitas (33%), pero también incluye drusos (5%) y cristianos (5%).

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