El Papa Francisco dirigió un discurso intenso, profundo y sincero a los peregrinos salvadoreños que hoy llegaron al Vaticano, encabezados por algunos de sus pastores, para agradecer la beatificación de mons. Oscar Romero el 23 de mayo pasado, 35 años después de su martirio. La prensa on line destaca en las últimas horas, con toda justicia, los dos párrafos siguientes:
Los mártires son “una fundada esperanza para la Iglesia”:
El mártir, en efecto, no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. En la historia reciente de ese querido país, al testimonio de Mons. Romero, se ha sumado el de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande, que, no temiendo perder su vida, la han ganado, y han sido constituidos intercesores de su pueblo ante el Viviente, que vive por los siglos de los siglos, y tiene en sus manos las llaves de la muerte y del abismo (cf. Ap 1,18). Todos estos hermanos son un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y para la sociedad salvadoreña. El impacto de su entrega se percibe todavía en nuestros días. Por la gracia del Espíritu Santo, fueron configurados con Cristo, como tantos testigos de la fe de todos los tiempos.
Un martirio antes y después de la muerte:
Quisiera añadir algo también que quizás pasamos de largo… el martirio de monseñor Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio, testimonio de sufrimiento anterior: persecución anterior hasta su muerte. Pero también posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fue testigo de eso- una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirió se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas, ósea que es lindo verlo también así, un hombre que sigue siendo mártir, bueno ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero que después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Eso da fuerza, solo Dios sabe, solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces a personas que ya han dado su vida o han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua.
Las que hoy dijo el Papa son dos grandes verdades que marcarán profundamente y para siempre el alma católica de los pueblos latinoamericanos. Son verdades que hoy resonaron en los palacios donde mons. Romero no siempre fue bien recibido y donde no siempre encontró el consuelo y el apoyo que merecía, porque desde siempre fue víctima del “terrorismo de los chismes”, de “la piedra más dura, la lengua”. Es sabido e históricamente cierto que muchas veces la Iglesia ha tratado mal a sus mejores hijos. El tiempo, gracias a Dios, sabe hacer justicia, y en el caso de mons. Romero eso fue lo que pasó hoy de una manera inesperada, valiente y sorprendente. Hoy el mártir obispo de San Salvador cumplió su ciclo celestial. Las palabras del Papa Francisco son el sello final de su gloria y con su cumplimiento miles de otros católicos, anónimos y que nunca accederán al honor de los altares, se unen a su obispo mártir, que ahora puede descansar plenamente en la paz del Señor.