La X Peregrinación internacional del Papa Francisco, que lo llevará del 19 al 27 de septiembre por tres “etapas” distintas (Cuba, Estados Unidos y la ONU) probablemente sea la más difícil y compleja de todas las que ha emprendido el Santo Padre hasta el momento y siempre se caracterizaron por grandes logros. Será difícil no porque haya algún tipo de insidias o trampas, sino porque el “periplo”, es decir el panorama eclesial, misionero y geopolítico que deberá enfrentar, es particularmente vasto, complejo y variado. Dos naciones muy diferentes entre sí, que durante muchas décadas estuvieron separadas por tensiones y conflictos; la singular y a veces no fácilmente comprensible “arquitectura” político-institucional de las Naciones Unidas; y por último, las “plateas” y las tribunas tan heterogéneas que implicarán discursos de naturaleza distinta y sobre múltiples temas, a veces difíciles de plantear debido a las sutilezas y matices.
A todo eso se suma un aspecto de enorme relevancia. El Papa Francisco, permanentemente bajo la lupa de la mayor parte de la prensa mundial, con este nuevo viaje vuelve a concentrar sobre sí mismo la atención mediática: sobre sus palabras, gestos y tomas de posición. Los periodistas que cubrirán la peregrinación son miles, y relatarán el evento a pueblos de lenguas, culturas, tradiciones y sensibilidades muy diversas. El magisterio del Papa enfrenta también el desafío de la comunicación, porque en estas circunstancias acceden a la sala de prensa “vaticanistas” ocasionales que no siempre tienen una buena preparación. Es sabido, y los profesionales con experiencia lo tienen muy claro, que relatar los viajes papales no es fácil, requiere saber leer con atención los matices y los contextos, sin ceder al sensacionalismo. No es casual que el mismo Francisco, en más de una oportunidad, haya hecho notar algunos vicios de la prensa, como sacar frases de contexto o el excesivo alboroto por temas no extrictamente inherentes a su misión. Es otro importante frente que deberá cubrir en esta oportunidad.
Peregrino del Evangelio. De todos modos, tratando de mantener la brújula bien orientada para ofrecer el mejor servicio a los lectores, nunca se debe perder de vista que el Papa no viaja para afirmar un liderazgo político o para construir un proyecto geoestratégico propio. ¡No! El Papa viaja para encontrarse con sus hermanos y renovar juntos, en torno a la Eucaristía, la fe en Cristo y su Evangelio, y por lo tanto, su magisterio itinerante siempre es de naturaleza misionera y eclesial. Todo debe ser visto desde esa perspectiva y todo debe ser encuadrado dentro de esa “matriz” original y originaria. No tomar en cuenta este axioma desnaturaliza y vacía de contenido el esfuerzo y el servicio del Papa. Lo cual no significa que no sea posible, legítimo y pertinente leer ciertos momentos relevantes de la Peregrinación con criterios y categorías propias del dinamismo sociológico, político e internacional. Es más, en la medida en que el camino del Evangelio atraviesa la integridad de cada ser humano, de la familia de las Naciones y de los Pueblos, siempre hay -¡debe haber!- una proyección del magisterio en la vida de las personas y de las sociedades, de los países y de las instituciones, pero esto nunca debe superponerse u oscurecer la dimensión evangélica y religiosa de la peregrinación pontificia. Es posible, si se actúa de buena fe, encontrar el sano y correcto equilibrio.
Los tres desafíos cubanos. En Cuba, del 19 al 22 de septiembre, el Papa Francisco tiene por delante tres grandes desafíos o, si se prefiere, “tareas pastorales”.
En primer lugar el gran tema del reciente acuerdo entre Washington y La Habana, que después de 54 años de hielo ha puesto en marcha una nueva etapa en las relaciones bilaterales que todavía necesita ser consolidada para que el gigante no tenga pies de barro y se derrumbe a la primera dificultad. En efecto, todavía pesa muchísimo la permanencia del embargo estadounidense contra Cuba (cuyo levantamiento corresponde al Congreso y se encuentra en proceso de estudio).
En segundo lugar, el rol y el aporte de la Iglesia católica cubana a la paz, al bienestar y al crecimiento democrático de un país que – como dice el artículo de bienvenida de Granma a Francisco – está atravesando “un proceso de actualización de su modelo socioeconómico”, siempre “comprometido en la defensa de la soberanía nacional” para “preservar sus conquistas sociales y alcanzar el mayor bienestar para todos sin exclusiones”.
Por último, es fundamental el complejo pero urgente tema de las relaciones del Estado y la Iglesia, con las numerosas solicitudes que están sobre la mesa desde hace décadas. La Iglesia cubana tiene apuro por una razón perentoria: su obra al servicio del bien de todos los cubanos depende de la rapidez del proceso de reconocimiento de su estatus, y por lo tanto de plena integración en la vida del país.