Las aguas del Mar Caribe restituyen nuevos restos de la época colonial. Un equipo de arqueólogos colombianos, en colaboración con expertos internacionales provenientes de Argentina, Uruguay, Chile, México y España, identificaron los restos de una embarcación del siglo XVIII en el mar de Cartagena de Indias. Según la documentación histórica los restos corresponderían a una de las seis naves de la flota del almirante español Blas de Lezo (1689-1741), que se hundieron en 1741 durante la guerra anglo española (1739-1748) para evitar que los ingleses conquistaran el principal puerto del continente sudamericano. El lugar del naufragio fue localizado frente a la Casa de los Huéspedes ilustres, cerca del Fuerte de San Juan de Manzanillo, una de las tres residencias que se encuentran a disposición del Presidente de la República colombiana.
El conflicto entre España y la corona británica, conocido como “Guerra de la Oreja de Jenkins” –porque en 1738 el capitán de navío Robert Jenkins mostró en la Cámara de los Comunes su oreja mutilada para demostrar la violencia de los españoles contra las naves británicas- debía establecer la supremacía en el mar del Caribe, una de las principales plazas de la corona española en Sudamérica. El triunfo aplastante de Portobello (Panamá) convenció al almirante inglés Sir Edward Vernon que había llegado el momento de atacar Cartagena con la fuerza naval más poderosa que se hubiera conocido hasta entonces: 186 naves, 27.600 hombres y 2.000 cañones. Seguro de la victoria, envió al rey Jorge II una carta para informarle sobre la empresa y en Inglaterra acuñaron monedas conmemorativas, especialmente una con el comandante de la flota española arrodillado frente a Vernon. Sin embargo, la historia dio un giro imprevisto. Con un ejército de 3.000 soldados, 600 indios kalamarí armados solo con arco y flechas, y 6 naves, Blas de Lezo, conocido como Patapalo o Mediohombre por las numerosas amputaciones sufridas por heridas de guerra, infligió a la flota inglesa una derrota memorable. Tal fue la vergüenza que el rey Jorge prohibió a sus historiadores que escribieran crónicas sobre la batalla.
Ahora los gloriosos restos parecen emerger de los abismos que los custodiaron durante casi 300 años. Según las declaraciones de Carlo del Cairo, director de la Fundación “Tierra Firme” y profesor investigador de la Universidad “Externado de Colombia”, “los constantes patrullajes de la guardia costera y la vigilancia del personal de la Presidencia de la República han evitado el saqueo sistemático” de los numerosos cazadores de tesoros internacionales y buscadores ilegales que hubieran podido causar daños permanentes. Por otra parte, del Cairo destaca que “éstos bienes, hacen parte del patrimonio cultural de la nación” y por lo tanto deben ser tutelados.
Durante las operaciones de búsqueda se identificaron también otros objetos incompatibles con la nave. Probablemente los restos fueron removidos hace veinte años durante los trabajos de mantenimiento del canal y en la zona todavía se pueden apreciar las marcas que dejaron las dragas. El sitio está alterado porque en aquel momento no existía una ley que protegiera el patrimonio cultural sumergido. Recién en 2001 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Cultura y la Ciencia (UNESCO) elaboró la “Convención sobre la protección del patrimonio cultural subacuático” que establece los principios fundamentales para su tutela, proporciona un sistema detallado de cooperación y dispone reglas prácticas para su tratamiento e investigación.
No es la primera vez que emergen de los mares tesoros incalculables. Entre los naufragios más conocidos se recuerda la Antikythera griega (Siglo I a.C.) con la famosa “Mácchina” que encontró a principios del siglo pasado en las aguas meridionales del Peloponeso un grupo de pescadores de esponjas. Otro caso importante fue la flota del emperador Kublai Khan, nieto del líder mongol Gengis Khan, descubierta hace dos años por un grupo de arqueólogos italianos en el fondo del mar, cerca de la pequeña isla de Takashima, al sur de Japón.
El proyecto que estudia la supuesta nave de Blas de Lezo comenzó en julio de año pasado, cuando un sensor Side Sacan EdgeTech 4200 -el mismo que se usó para la exploración del Titanic- señaló la presencia de objetos de interés histórico-arqueológico relacionados con un naufragio en aguas colombianas. Entre los objetos identificados se destacan un cañón y más de cien estructuras de madera. Aunque los trabajos de excavación y recuperación, que duraron más de cuarenta días, se efectuaron con equipos profesionales y de última generación, no se cuenta actualmente con instalaciones ni medios adecuados para la conservación de los restos en la superficie. La decisión unánime de los expertos en arqueología subacuática fue reubicar estos tesoros en el fondo de la bahía para mantenerlos protegidos.