La bandera de la UNESCO flamea sobre Fort Álamo. El monumento, símbolo de la revolución texana de 1836 contra las fuerzas mexicanas del general Antonio López de Santa Ana (1794-1876), fue declarado patrimonio de la humanidad durante la última sesión general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura que concluyó en Bonn el 8 de julio pasado. A la cabeza de poco menos de dos mil soldados “el Napoleón del Oeste” sitió Fort Álamo el 23 de febrero de 1836 y lanzó el ataque decisivo el 6 de marzo, masacrando los 189 soldados apostados en defensa de la antigua misión franciscana. Cuando el ejército mexicano se retiró de Texas destruyó partes de las antiguas murallas y prendió fuego a los edificios.
La historia multiforme de Fort Álamo hunde sus raíces en los dos siglos anteriores. Antonio de Olivares (1630-1722), fraile franciscano originario de Andalucía, se embarcó con destino a América a los 35 años y vivió un tiempo en el convento mexicano de Santa Cruz, en Santiago de Querétaro. En 1675 participó en una expedición con sus compañeros Francisco Hidalgo, Juan Larios y Fernando del Bosque para explorar las regiones al norte del Río Grande y fundó junto con los indios Papayas la misión de San Antonio de Valero, que hoy se conoce como El Álamo. En la zona de Yanaguana, que en lengua indígena significa “aguas refrescantes” se construyeron los primeros asentamientos junto a la iglesia primitiva. Los misioneros levantaron factorías y talleres e introdujeron a los indios en los conocimientos básicos de las ciencias y de las artes.
El Padre Antonio de Olivares también pasó a la historia porque celebró la primera misa católica en territorio texano. El 8 de julio de 1718 se celebró el primer bautismo y según los datos que se conservan, más de 300 indígenas se habían convertido libremente en 25 años (1744). La misión era autosuficiente y contaba con dos mil cabezas de ganado vacuno y mil trescientas de ganado ovino para alimento y vestido. En 1744 se colocó también la primera piedra para construir una iglesia más estable.
En 1793 la misión fue secularizada y poco después abandonada. Diez años más tarde se convirtió en fortaleza del Ejército Mexicano y pasó a llamarse El Álamo. Fue protagonista de una de las páginas más conocidas y dramáticas de la Guerra de la Independencia de Texas (1835-1836). La batalla de San Jacinto, cerca de la actual ciudad de Houston, significó la victoria definitiva de los texanos y el nacimiento de la República de Texas. A fines del Ochocientos las “Hijas de la República de Texas” (DRT), una asociación de mujeres descendientes en línea directa de las familias y soldados de la revolución, solicitaron permiso para restaurar El Álamo. Gracias a la intervención de dos mujeres influyentes, Adina Emilia de Zavala (1861-1955), docente e historiadora, hija del primer vicepresidente de Texas, y Clara Driscoll (1861-1944), famosa diseñadora de lámparas para Tiffany, el gobierno decidió en 1905 comprar los edificios históricos y nombró a la Hijas de la República de Texas custodias permanentes del sitio. En 1912 el gobernador de Texas Oscar Branch Coquitt (1861-1940) puso el complejo bajo la tutela del gobierno y comenzó los trabajos de restauración.
Poco después de conocerse la noticia proveniente de Bonn, Susan Snow, arqueóloga del Parque Histórico Nacional de las Misiones de San Antonio, declaró que esta zona de Texas representa “la más pura escencia del gran crisol de culturas de Estados Unidos”. Y agregó que “estas misiones son un ejemplo viviente del intercambio cultural que unió a indígenas, españoles, mexicanos y todas las otras presencias que hoy caracterizan el sur de Texas”.
En los últimos días se verificó también el histórico traspaso de la gestión de El Álamo. En el mes de marzo el gobierno de Texas había confirmado que a partir del 10 de julio las Hijas de la República de Texas ya no estarían a cargo de la tutela del sitio arqueológico y el control pasaría formalmente a manos del Texas General Land Office (GLO). Sin embargo, las DRT y el GLO firmaron un protocolo de acuerdo para garantizar y preservar la memoria histórica para las futuras generaciones de texanos.