EL NOBEL QUE LE NEGARON A BORGES. Desde la ironía cruel sobre un poema durante una cena en Estocolmo hasta la simpatía por Pinochet. Un nuevo libro repasa las razones de la extraña impugnación

“La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”
“La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”

“No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. (…) Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros”. Ciudad de Cambridge, al norte de Boston. Sentado en un banco, frente al río Charles, Jorge Luis Borges se encuentra y habla con otro él mismo (El otro, como se titula el primer cuento de El libro de arena). Palabras oníricas pero que resultan claramente alusivas, como “agrado no compartido” y “fracaso o éxito de los libros”, parecen anticipar con sutil consciencia la imposibilidad de alcanzar el máximo galardón en el campo literario.

Una lectura sugestiva es la que hace Juan Pablo Bertazza, autor de La dinamita furtiva, recientemente publicado en Chile por Editorial Octubre. En el libro el joven poeta y periodista argentino, conductor del canal de noticias CN23, repasa las historias y las polémicas sobre el famoso premio que lleva el nombre del sueco Alfred Nobel, el inventor de la dinamita. En un capítulo dedicado a Borges ilustra las razones por las cuales nunca se adjudicó el premio al “Homero” argentino.

“Dios me libre de eso, ganar ese premio significaría formar parte de una lista, mientras que el hecho de no ser premiado me constituye en un verdadero mito escandinavo: el del autor al que nunca premian, y yo prefiero ser un mito”. Más allá de la desenvuelta ironía que transmite la anécdota que relata María Kodama, en una entrevista concedida en abril de este año al canal de noticias CN23, el nombre de Borges ya empezó a circular en los salones de la Academia de Suecia en 1967, aunque generalmente se habla de las décadas del 70 y del 80. En aquella primera oportunidad se planteó la idea de un premio ex aequo: tanto el argentino Borges como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias son considerados los grandes innovadores de la literatura latinoamericana. Sin embargo, la propuesta no convenció a los miembros del comité y fue rechazada. El premio se entregó solamente a Asturias. En el ensayo El premio Nobel de Literatura. Cien años de misión, Kjell Espmark (1930), profesor emérito de Historia de la literatura de la Universidad de Estocolmo y presidente de la Academia de Suecia hasta 2005, afirma que la asignación conjunta del premio sin duda hubiera reconocido el mérito a dos figuras emblemáticas de la literatura sudamericana y al mismo tiempo le habría evitado a la Academia una discusión posterior sobre la posición política de Borges.

Una de las razones personales que excluyeron a Borges fue un episodio ocurrido en Estocolmo, en 1964, durante una cena con otros escritores suecos. Uno de los comensales decidió leer una poesía y el argentino se burló cruelmente del autor –que no estaba presente-, criticándola con feroz ironía. Pero el poema era de Artur Lundkvist, miembro de la Academia (que por otra parte era el único que conocía bien el español) y principal traductor de la obra de Borges en Suecia. Probablemente un solo voto no hubiera sido suficiente para modificar una decisión, pero sin duda Lundkvist hubiera podido jugar un rol significativo para que Borges ganara el premio. La historia parece confirmar que el poeta sueco, a pesar de que valoraba al argentino, no olvidó la ofensa.

Existen también razones objetivas que impidieron que Borges recibiera el Nobel. La más importante se basa en dos episodios que ocurrieron en 1976, en el lapso de cuatro meses. El primero fue el 19 de mayo, durante un almuerzo junto con otros escritores argentinos (Ernesto Sábato y Horacio Esteban Ratti) en la Casa Rosada, dos meses después del golpe de Estado del 29 de marzo que dio comienzo a la dictadura de Jorge Rafael Videla. El tema principal fue la cuestión de los desaparecidos, aunque no tuvo resultados concretos. Posteriormente los comensales hicieron declaraciones a la prensa y Sábato definió a Videla como “un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”, mientras Borges sintetizó su opinión con una expresión enfática: “Es todo un caballero”. El segundo episodio ocurrió en setiembre de 1976. El 21 de setiembre fue asesinado en Washington el ex canciller chileno Orlando Letelier, en una emboscada organizada por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional, la policía secreta de Pinochet). A pesar de eso, Borges viajó a Santiago de Chile y homenajeó al dictador chileno con un polémico discurso en una ceremonia de gala en la Universidad de Chile. En perfecto estilo maquiavélico, se explayó sobre la necesidad de una patria fuerte, de decisiones valientes y, por qué no, violentas. El momento histórico requería acciones enérgicas para salir de la ciénaga. Habló de “la hora de la espada” y declaró que prefería “la clara espada a la furtiva dinamita”. Y agregó: “Lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo”. No ahorró tampoco elogios al dictador: “Él es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad… Estoy muy satisfecho”. Los juicios categóricos y la referencia a la dinamita furtiva formaron una mezcla esplosiva. En la otra orilla del océano, la detonación hizo temblar los cimientos de la Academia de Suecia.

En 1979 algunas declaraciones de Artur Lundkvist al diario sueco Svenska Dagbladet confirmaron una vez más la imposibilidad de asignar el premio Nobel a Borges por razones éticas y humanas.  Tuvo que pasar mucho tiempo para que el Viejo, el escritor del establishment, un hombre de derecha aunque se dijera apolítico y anárquico, defensor convencido de los militares (porque también estaba especialmente orgulloso de sus antepasados militares), se diera cuenta de las atrocidades que se cometieron durante la Guerra Sucia. Era un día de julio de 1985 y el anciano escritor de 85 años estaba sentado en la sala de un tribunal de Buenos Aires, escuchando los testimonios que llenaban diez mil páginas de memorias domde se denunciaban las represiones ordenadas por los comandantes de la Junta entre 1976 y 1983 y la desaparición de aproximadamente treinta mil personas, en su mayoría civiles inocentes.

“El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época (…). El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho”. Sus palabras resuenan hoy como una profecía prodigiosa de su propia existencia.

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