Estaban todos los ingredientes para un final feliz. Un grupo de judíos ultraortodoxos fueron a vivir a un lugar que consideraron ideal para cultivar en paz y aislamiento su propia visión del mundo: San Juan La Laguna, pequeño pueblo perdido de 11 mil almas a orillas del lago Atitlán, en Guatemala. Parecía que no faltaba nada, desde tierras para sembrar y criar animales hasta lugar para construir sus casas. Incluso la forma de ser de los habitantes de la zona –los pacíficos indígenas tz’utujil, descendientes de los mayas- permitía suponer una relación tranquila entre dos culturas distintas que se encuentran para convivir en armonía. Pero desafortunadamente muy pronto la situación no fue nada tranquila entre ambas comunidades. Las tensiones empezaron desde el principio. Al poco tiempo de llegar, tres de ellos –pertenecientes a la secta Lev Tahor- fueron apedreados y agredidos con insultos por algunos jóvenes. ¿Cuál era la culpa de los nuevos? No responder al saludo, no hablar, no tratar de establecer ningún tipo de contacto.
Para los pobladores de San Juan, encontrar de pronto dentro de su “casa” a los ultraortodoxos judíos fue un verdadero shock porque no comprendían muchas cosas, como esa extraña forma de vestir, siempre de negro, con saco, camisa y sombrero a pesar del calor, esos largos mechones enrulados sobre las orejas, esas mujeres envueltas en una túnica negra con la cara siempre oculta. Se organizaron reuniones para tratar de dialogar de alguna manera. Los tz’utujil insistían en su pedido: que los extranjeros respetaran las costumbres de la gente del lugar, que respondieran el saludo y no los esquivaran por la calle. Sin embargo, una extraña coincidencia vino a aumentar la desconfianza: las diez familias habían llegado a Guatemala al mismo tiempo que otro grupo (perteneciente a la misma secta) que huía de Canadá, acusados de maltrato infantil y por lo tanto con antecedentes judiciales, como informó la revista guatemalteca “Contrapoder”. Ellos no tenían ninguna vinculación con los canadienses, explicaron las diez familias de San Juan, precisando que provenían de Estados Unidos, Israel y Rusia, pero fue suficiente para que las autoridades locales les exigieran una lista de todos los miembros de la comunidad y su número de pasaporte.
Hubo algunos meses de resistencia y después llegó la decisión definitiva, que se concretó en estos últimos días: se irán de San Juan La Laguna, aunque no de Guatemala, donde la discusión arrecia. En las redes sociales los comentarios discriminatorios se mezclan con los reclamos a la tolerancia y el respeto. La opinión pública no tiene una postura definida con respecto a la presencia y permanencia de los judíos ultraortodoxos en el país. La comunidad judía local, por su parte, ha elegido el bajo perfil. La asociación judía de Guatemala aclaró en un comunicado que sus miembros no tienen ninguna relación con esos grupos y que en el caso de que estos hayan cometido alguna violación, serán castigados, sin dejar de respetar los derechos humanos.