A estas alturas es más que probable que dentro de muy poco Juan Barros dejará de ser obispo de Osorno. Los osorninos habrán podido representar a muchos católicos chilenos que piensan que ningún obispo debiera serles impuesto. Esta situación, podrá volver a ser posible en casos similares y aunque no deseable nos deja muchas lecciones.
En este momento en que los obispos chilenos se aprontan a encontrarse con el Papa Francisco, para reflexionar en conjunto los hechos y establecer un plan de acción, surgen dos preguntas. Una es por la idoneidad de quienes serán nombrados obispos en reemplazo de los que eventualmente dejarán el cargo. Estos pueden llegar a ser nueve en un plazo relativamente breve. Preocupa quiénes llegarán a serlo. ¿Qué obispos nuevos podrán echarse sobre los hombros el peso de la masiva desconfianza de los fieles en sus autoridades? Estas, precisamente, han perdido autoridad. Hoy no basta la investidura. El común de los bautizados es mucho más crítico. Espera que los sacerdotes den cuenta de sus dichos y de sus actos.
A efectos de elegir a los nuevos obispos, convendría elaborar un perfil de los candidatos de acuerdo a la realidad en la que se está. A mi parecer, las personas podrían tener al menos estas tres características. Han de ser sujetos con una capacidad de conectarse emocional y culturalmente con todas las generaciones. Esta empatía no tiene por qué ser mera simpatía, sino aptitud para entender por dentro a la gente de esta época y su cultura, y compadecerse con los más diversos sufrimientos humanos. Por lo mismo, segunda característica, se requiere sujetos con una sólida formación como para tener una visión amplia que permita usar la enseñanza tradicional de la Iglesia para ayudar a las personas y no para oprimirlas con ella.
Estas dos características se requieren conjuntamente. No puede ser que los obispos se perciban como alejados del sentir y del pensar de los católicos. La tercera característica necesaria será la credibilidad. Los obispos deben ser fiables. Si a los católicos no les son confiables, en las actuales circunstancias de crisis de “fe”, carecerán de un requisito indispensable. La fe en el cristianismo se transmite por testimonio de personas que acreditan que Dios, que nunca falla, les ha cambiado la vida. La empatía y la formación intelectual, en el caso de las autoridades eclesiásticas, cumplen su función cuando estas tienen algo que enseñar porque lo han aprendido de una experiencia del amor y del perdón de Dios.
La segunda pregunta de suma importancia en el presente y para el futuro, es quién elegirá a los obispos y cómo se hará dicha elección. En la actualidad la hacen los papas.
Si Francisco hubiera escuchado a los obispos chilenos, en vez de oír a quienes lo desinformaron, la situación de Barros no habría llegado a mayores. Pero, independientemente de este grueso error del Papa, el problema es la legislación eclesiástica que concede un poder casi absoluto a los pontífices. El caso es que Francisco, en estos momentos, carece de la institucionalidad adecuada para informarse acerca de unas nueve personas que podrán ser obispo. Si en el nombramiento de Barros las presiones para mantenerlo y para bajarlo han sido enormes, la elección de los próximos nombres podría ser caótica. Podría ser caótica porque el proceso de información necesario para nombrar los nuevos obispos no da abasto. ¿En quién confiará el Papa para nombrar a los nuevos obispos? El actual nuncio tiene enorme responsabilidad en la situación creada. Es de esperar que Scapolo no intervenga en nada. Los obispos chilenos, en gran medida inocentes del “caso Barros”, también se encuentran desacreditados. ¿Le creerá Francisco a unos y no a otros? ¿Quién es quién? El Papa puede resolver el problema “a la personal”, con lo cual arriesga reincidir en la práctica que ha generado esta crisis.
Esto me hace pensar en la posibilidad de que Francisco nombre a una persona de suma confianza –como hizo con Scicluna- que monte un mecanismo ad hoc para reunir la información necesaria y para que ayude a evaluarla. En muchas instituciones existen comités de búsqueda que cumplen esta función. Conozco los mecanismos de la Universidad Católica y de la Universidad Alberto Hurtado. Funcionan muy bien. La máxima autoridad de la universidad realiza la nominación de los rectores después de haber oído a todos los estamentos y haber reunido todo tipo de antecedentes.
¿No tendrán nada que decir en la elección de los próximos nuevos obispos chilenos los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y las laicas? Los jóvenes, ¿no pudieran ayudar a forjar el perfil de obispo que se necesita?
Nullus invitis detur episcopus, sostenía el Papa Celestino, es decir “que no haya ningún obispo impuesto”. Tal vez el “caso chileno” abra las puertas a una iglesia más democrática. La actual se asfixia por escasa participación de sus integrantes.
*Teólogo jesuita. Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Director del Centro Teológico Manuel Larraín