En El Salvador como en otras tierras de América se debaten reformas a las leyes que prohíben el aborto. Las reformas buscan modificar el Código Penal para despenalizar el aborto cuando existe un riesgo para la vida de la madre, cuando ha habido violación y cuando el bebé tiene una malformación congénita. Los proponentes de la reforma aseveran que las leyes anti-aborto en El Salvador figuran entre las más duras del mundo, que penalizan a los pobres y que el Beato Óscar Romero sería flexible en liberalizar estructuras legales que abruman a las mujeres que sin culpa propia han sido víctimas.
No obstante el atractivo de tales argumentos en los sectores progresistas, es un hecho que Romero en vida rechazó reformas muy similares. “Para la Iglesia no son válidas las condiciones invocadas para no punir el aborto directamente querido: grave deformación prevista del niño, violación y estupor de la mujer embarazada, etc.”, escribió el entonces Obispo Romero en un editorial del semanario Orientación en marzo de 1973. “Para la Iglesia ningún bien, por notable que sea, puede pretenderse si para lograrlo hay que cometer primero una acción inmoral; y el aborto directamente provocado es una acción intrínsecamente inmoral[.]”
Durante toda su vida sacerdotal, incluyendo sus años en el arzobispado, Romero mantuvo una línea consistente de oposición al aborto. Sesenta años antes del ascenso del Papa Francisco al trono de San Pedro, Romero arremetía contra lo que Francisco llamaría la “colonización ideológica” mediante cual los países ricos imponen el aborto legal en los países pobres. “No es extraño que [en las] sociedades laicas de Inglaterra y EEUU”—escribió el Padre Romero en un editorial de la publicación eclesial Chaparrastique en agosto de 1953—donde “el placer es la regla de la moral, se declara lícito el divorcio, el adulterio o los procesos anticoncepcionales, el aborto terapéutico”. Pero cuando “especialistas extranjeros han venido a nuestra Patria a enseñar los métodos científicos del control de natalidad”, reanudó en otro editorial de Chaparrastique en diciembre de 1962, “si en esos ‘métodos científicos’ se incluyen prácticas abortivas, de cualquier naturaleza que sean y esos especialistas de la supresión de la vida vienen a dar pábulo a nuestros hospitales donde ya se cometen con frecuencia esos crímenes, tenemos el deber de recordar que todo aborto está prohibido [.]”
Ya como arzobispo, el punto esencial para Romero que lo lleva a rechazar el aborto es que este “mutila” un aspecto imprescindible en la naturaleza de la persona y de las relaciones entre las personas. Romero escribe en otro editorial de Orientación el 17 de junio de 1979 que “unir dos seres en el amor y dar la vida a un nuevo ser” es el “gran principio” que implica “la ilicitud de todo medio con que el hombre quiera frustrar la fecundidad de tal acto: la interrupción directa, la esterilización y cualquier medicina o instrumento anticonceptivo. Y con mayor fuerza el aborto, que es verdadero homicidio”. Por ende, “una política poblacional sobre esta base de pecado” escribe Romero en palabras contundentes, “es castrar al pueblo”.
Romero ve el aborto como un síntoma de la misma decadencia que impone la injusticia social: “el evitar los hijos, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales, el aborto, la prostitución es únicamente poner un uso de funciones corporales al servicio del placer, del egoísmo” (homilía del 6 de noviembre de 1977). Es parte de un hedonismo que Romero analiza a través de la teología posconciliar de hombres viejos y hombres nuevos: “Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, del hombre viejo corrompido por los deseos de placer, el hombre viejo que no es el Espíritu”, Romero predica en su homilía por la Fiesta de la Transfiguración en agosto de 1979. “Vestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios, justicia y santidad. Este es el hombre nuevo”.
El hombre nuevo se aparta del aborto porque este conlleva una negación de la dignidad que Dios le da a cada persona. El aborto rechaza el amor divino: “Dios es la imagen bella de la madre embarazada; Dios me tenía en su seno y me amaba y me destinó, y ya pensó en mis días y en mi muerte” (c.f., Rm 8, 29-30); en cambio “la madre que aborta no es fiel a ese amor que debe tener, como Dios en la eternidad, antes que nazca la criatura” (30 de julio de 1978). El aborto también desfigura la familia, la cual fue “hecha para ser espejo de la ley de Dios, para ser reflejo de su ternura y de su fecundidad, para que los niños que allí nacen se sientan de veras acogidos con amor y no como algo que se bota y que estorba” (31 de diciembre de 1978). Desprecia también el don de la vida: “Toda esa campaña tremenda de anticonceptivos, de abortos, son pecados contra esta fe que creyó Abraham; contra el Dios que como un regalo, hace fecundo el seno del hombre, de la mujer” (11 de junio de 1978).
Romero rechazó que el aborto ofreciera alivio a la situación de los pobres. El “solo dedicarse a evitar nacimientos y peor todavía, a fomentar abortos, [es] nada más poner un parche pecaminoso en un problema tan complicado como es nuestra situación social”, escribió en su Diario el 11 de junio de 1979.
En lugar de ser parte de la solución para los pobres, por las razones antes mentadas, el aborto es parte del pecado estructural que agobia al pueblo. “En su forma institucionalizada mata el ejército, mata el que secuestra, mata también la madre que manda a abortarse”, sentencia Romero en una homilía del 28 de diciembre de 1977. Para Romero, es parte del pecado social que infiltra hasta la intimidad del tejido de la sociedad salvadoreña: “Hay corrupción dentro del mismo matrimonio, que se ha convertido también en un prostíbulo”, reclama el 2 de octubre de 1977, y “se cuentan por millares, los abortos en los mismos hospitales, en las mismas clínicas médicas, y se pagan viajes al extranjero incluyendo un aborto”.
Romero considera el aborto una pendiente resbaladiza que puede llevar a los pobres a una precariedad más grave. “Hermanos, ya va llegando la teoría que ya usó Hitler y su sistema en Alemania, de eliminar todo ser inútil”, advirtió el 9 de octubre de 1977. “Si estorba un feto, que ya es vida humana en la entraña de una mujer, también estorba un viejo cuando no hay sentido de caridad en un hogar. Y no hay más que un proceso lógico. Si es lógico el aborto, es lógico también este proceso de eliminación”, dijo.
“La moral de la vida que comienza en las entrañas de una mujer, la fidelidad del matrimonio, son antiguos y son nuevos—dijo Romero el 7 de enero de 1979—Y la Iglesia tiene que defenderlos aun cuando por eso tenga que perder los aplausos y tenga que sufrir los ataques del público”.