La desforestación de la selva amazónica está a punto de pasar un límite después del cual muchas zonas de esta región tropical sufrirían cambios irreversibles. Carlos Nobre, uno de los más respetados expertos del mundo en selva amazónica, fue quien dio la señal de alarma. En una entrevista concedida al semanario IstoÉ, una de las revistas más importantes de Brasil, Nobre afirma que “no estamos lejos del momento en que la Amazonia se convierta en una sabana árida”. El científico brasileño – quien junto con su colega Thomas Lovejoy, profesor del George Mason University de Estados Unidos, publicó en febrero un fuerte artículo sobre este tema en la renombrada revista académica Science Advances – afirma que “corremos el riesgo de perder uno de los mayores tesoros biológicos del planeta a cambio de muy poco”. Según el pronóstico de Nobre, los paisajes amazónicos podrían parecerse cada vez más al cerrado (la gran sabana tropical brasileña), pero más degradados, con una vegetación rala y de escasa biodiversidad.
Lamentablemente esta previsión resulta muy plausible, porque se estima que la mitad de las precipitaciones en la Amazonía se producen como resultado de la humedad de la evapotranspiración – la transpiración de los árboles – que aprovecha las corrientes de aire del Océano Atlántico. En el caso de que se perdiera una gran cantidad de árboles, la selva reciclaría menos lluvia, con un probable aumento de los incendios. La vegetación se iría alterando y se aceleraría el proceso de sabanización, transformando completamente el paisaje amazónico que conocemos.
Los primeros modelos elaborados muestran que se llegaría a ese punto de inflexión si la deforestación llegara al 40%. Por otra parte, en las últimas décadas hubo otros factores que empezaron a impactar en el ciclo hidrológico amazónico, como los cambios climáticos y el uso indiscriminado del fuego para eliminar los árboles caídos y limpiar ciertas áreas a fin de convertirlas en campos de cultivo o de pastoreo. “Si consideramos en conjunto todos estos factores, vemos que la selva ya se puede convertir en sabana con una deforestación acumulada del 20 o 25%, sin necesidad de llegar al 40% que estimamos antes” explica Carlos Nobre. “La Amazonía ya está en el límite, porque tiene desmantelado un 20% de su superficie, equivalente a 1 millón de kilómetros cuadrados, si bien el 15% de esta área (150.000 kilómetros cuadrados) se encuentran en proceso de recuperación”, dice.
Carlos Nobre es coordinador del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología para los Cambios Climáticos y advierte que los períodos de sequía registrados en la Amazonía en 2005, 2010 y entre 2015 y 2016, pueden ser los primeros indicios de que está cerca ese punto de inflexión. Esos eventos, junto con las severas inundaciones que ocurrieron en la región en 2009, 2012 y 2014, sugieren que todo el sistema amazónico está oscilando. Ese tipo de oscilaciones ocurría cada 20 ó 30 años, pero en los últimos 13 años se verificaron seis. “La actividad humana potencia las perturbaciones”, afirma Nobre. “Si no hubiera actividad humana en la Amazonía, una sequía extensa causaría la pérdida de un determinado número de árboles que volverían a crecer en un año con muchas lluvias, y de esa manera la selva recuperaría su equilibrio. Pero cuando hay un período de sequía combinado con el uso generalizado del fuego, la capacidad de regeneración de la selva disminuye”, explica el científico.
La selva amazónica cumple un rol muy importante en el equilibrio climático, hidrológico y ecológico de América del Sur, y por lo tanto global. Nobre explica que la selva almacena una gran cantidad de carbono en la biomasa. Se estima que la biomasa, por encima y por debajo del suelo, conserva más de 120 billones de toneladas de carbono. Si se perdieran debido a la deforestación y los incendios dolosos, equivaldría a doce años de emisiones globales de este gas de efecto invernadero. Además, cada año la selva elimina cerca de un billón de toneladas de carbono de la atmósfera, impidiendo un mayor incremento del calentamiento global. “Se verificaría también una pérdida significativa de biodiversidad en la región, que puede contener hasta un 10% de las especies vivas del mundo”, advierte el investigador.
A fin de evitar que la Amazonía llegue a un límite irreversible, Nobre señala la necesidad no solo de frenar la deforestación de la región sino también de construir un margen de seguridad para reducir el área ya deforestada a menos del 20%. Para eso es necesario detener completamente la deforestación en la Amazonía y hacer que Brasil respete el compromiso que asumió en el Acuerdo Climático de París en 2015, de reforestar 12 millones de hectáreas en zonas desmanteladas del país, de las cuales 50.000 kilómetros se encuentran en la Amazonía. “Si se cumplen esas condiciones, en 2030 las áreas deforestadas bajarían a un 16 ó 17%”, calcula Nobre. “Estaríamos en el límite, pero dentro del margen de seguridad, para que la deforestación por sí misma no empuje al bioma hasta un punto irreversible”.