Según lo que se dijo desde el primer momento, hay tres hipótesis sobre el lugar donde el Papa Francisco podría canonizar a Mons. Óscar Romero: El Salvador, el Vaticano y Ciudad de Panamá, en el contexto de la JMJ 2019. En las actuales circunstancias la menos plausible, es más, la que ya se ha descartado, es Panamá. No solo porque la fecha es demasiado alejada (22 al 27 de enero del año que viene) sino porque, como dijo ayer Mons. José Domingo Ulloa, arzobispo de la capital panameña, “Romero es un modelo de la Iglesia universal y el Santo Padre desea proponerlo a la Iglesia universal”, por lo tanto en su opinión es “probable que para elegir el lugar de la canonización se evite cualquier regionalismo”. En este sentido, agregó el prelado, el Vaticano (Roma) parece el lugar más probable para el gran evento religioso.
Por otra parte, se sabe que los obispos salvadoreños le pidieron al Papa que canonizara a Mons. Romero en su país de origen, usando más o menos los mismos argumentos que los obispos indios cuando solicitaron que Madre Teresa fuera canonizada en la India. Son argumentos serios, sentidos y relevantes desde el punto de vista nacional y regional, pero no lo son desde la óptica universal. Además, si la canonización se hiciera en El Salvador lo más probable es que el Papa Francisco no presidiera la ceremonia, porque técnicamente y según su agenda no tiene la posibilidad de viajar a El Salvador. Está previsto el viaje a Panamá en enero de 2019, pero no se considera posible hacer una escala salvadoreña.
Todo hace pensar, entonces, que la canonización del obispo mártir se hará en el Vaticano el mismo día que será elevado al honor de los altares el Papa Montini.
Y además desde una óptica latinoamericana se trata de una coincidencia muy feliz y cargada de significado, porque el evento coincide con el 50º aniversario de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano inaugurada y presidida por Pablo VI en la capital de Colombia, Bogotá, entre el 24 de agosto y el 5 de septiembre de 1968. Dentro de pocos meses, del 23 al 26 de agosto se celebrará un Congreso en Medellín – la ciudad donde se desarrollaron los trabajos de la Conferencia – precisamente para recordar este 50º aniversario de la histórica segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de la primera visita de un Papa al continente americano. Habría que agregar también, porque no es posible ignorarlo – que entre Mons. Romero y Pablo VI, que lo nombró obispo, siempre existió una relación humana, afectiva y pastoral fraterna y sincera, expresión de lo que el Papa Montini sentía por todas las Iglesias y pueblos de América Latina. En esta región del mundo, con la más elevada presencia de católicos, ver en el próximo mes de octubre que Pablo VI y Mons. Romero son proclamados santos al mismo tiempo será una gran fiesta, cargada de significados importantísimos, y en primer lugar uno de radical importancia: la Conferencia de Medellín que se realizó hace 50 años, y la presencia de Pablo VI, sentaron las bases de la Iglesia latinoamericana del post Concilio Ecuménico Vaticano II, que en estas comunidades eclesiales marcó para siempre un cambio de enorme trascendencia.