En su biografía del Papa Francisco, The Great Reformer, el periodista y escritor británico Austen Ivereigh pone en evidencia el espesor histórico del Papa argentino y también permite entrever su espesor intelectual. Ahora, con la monografía del filósofo italiano Massimo Borghesi, se ha presentado un libro (Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intellettuale, Milano 2017) que demuestra la amplitud y profundidad del pensamiento del Papa, sin la cual su sencillez comunicativa no se puede “sentir” y gustar de la manera apropiada. Para lograr ese objetivo hacía falta un filósofo que tuviera los conocimientos necesarios, tanto de la cultura europea como de la latinoamericana. Y la colaboración del mismo Papa, quien ha orientado y confirmado la investigación con cuatro grabaciones. En una entrevista que me concedió Austen Ivereigh para el diario italiano “Il Sussidiario” (Ivereigh: Borghesi svela il pensiero “nascosto” di papa Francesco) el escritor inglés dice al respecto: “A excepción de algunos representantes de la Teología de la liberación, los intelectuales católicos latinoamericanos han sido ignorados en Estados Unidos y Europa”. Eso trajo las consecuencias que describe el profesor Carriquiry en el prólogo del libro de Borghesi, después de señalar su relevancia: “es un estudio muy importante que analiza un aspecto fundamental, decididamente descuidado, para la comprensión del pontífice actual: la génesis y el desarrollo de su pensamiento”. Comenta Ivereigh: «¡Estoy completamente de acuerdo! – y el prólogo del profesor Carriquiry es muy interesante en este sentido, porque explica las razones de esta falta de atención: no solo la lectura equivocada que acabo de mencionar (volveré después sobre ese tema) y el deseo de Francisco de una comunicación directa y humana, sino porque las grandes influencias que él tuvo – como la filósofa argentina Amelia Podetti y el visionario uruguayo Alberto Methol Ferré – son gigantes en su tierra de origen, pero prácticamente desconocidas en el exterior».
Al hablar de lectura equivocada, Ivereigh se refería al «mito difundido entre muchos opositores al Papa de que en cierta manera Francisco no es un pensador serio o importante, a diferencia del gran filósofo Juan Pablo II o del magistral teólogo Benedicto XVI. Incluso los que admiran al Papa muchas veces se refieren a él como un pastor, un hombre cálido y fascinante, e incluso un genio estratégico, pero no alguien cuyas ideas deban necesariamente ser tomadas en serio. Borghesi muestra cuán equivocado es ese juicio. El hecho de que Francisco no tenga un background académico profesional no quita que sea un pensador profundo y sistemático. Como dice el mismo Borghesi, la sencillez del trato y de la comunicación del Papa es una sencillez que está más allá de la complejidad. Él puede ser tan directo solo porque un gran pensamiento ha preparado sólidamente sus afirmaciones».
Esta ignorancia abismal sobre la estatura intelectual y espiritual del Papa, que se hace pasar por verdadero conocimiento de la tradición católica y moderna (y que pese a la crítica pretende conocer) también ha dado origen al mito de un papa marxista. Explica Ivereigh en la entrevista: «Los que acusan a Francisco de ser marxista solo ponen de manifiesto su profunda ignorancia. Los que creen que esta forma de pensamiento dialéctico es hegeliano, no conocen ni a Hegel ni a los grandes pensadores católicos como Adam Möhler o Romano Guardini, cuyas dialécticas son un rechazo de Hegel. Es como acusar a León XIII de marxista porque promovió los sindicatos y el salario justo. El peronismo, por otra parte, efectivamente es una influencia. Pero decir que aclara poco sobre esa influencia no es una crítica contra el libro de Borghesi, porque el peronismo no es, en sí mismo, una escuela de pensamiento, ni tampoco un pensamiento sistemático, que es el objeto de Borghesi. Como digo en The Great Reformer, el peronismo ha marcado a Bergoglio de dos maneras: una, porque nace del humus de la tradición cultural propia de América Latina, y por lo tanto es “del pueblo”; en segundo lugar, porque Perón era un brillante líder y estratega, que le ofreció a Bergoglio y a otros nacionalistas católicos de su generación un modo de ser político que trascendía tanto el liberalismo como el colectivismo». Es cierto que el filósofo italiano dedica solo un capítulo a la figura de Perón, por las razones que cita Ivereigh, pero aun siendo sintético, el capítulo resulta convincente cuando afirma que también en este caso el Santo Padre permanece fiel al principio fundamental de su pensamiento como Provincial de los jesuitas, como arzobispo de Buenos Aires y como Papa: “la realidad es anterior a la idea” (sobre ese tema habló recientemente el cardenal Marc Oullet en el Observatorio Romano, refiriéndose a las críticas que se han hecho a la exhortación apostólica Amoris laetitia).
Por último, creo que el corazón de la entrevista a Austen Ivereigh consiste en esta afirmación, que explica cómo resulta posible que entre la modernidad y la cristiandad no exista una contradicción sino una fecunda oposición y un fecundo contraste: «¿Cómo podemos mantener juntos los contrastes de manera tal que le permita al Espíritu Santo crear una síntesis que los trascienda sin destruirlos? En otras palabras, ¿cómo podemos evitar que los contrastes dinámicos y saludables terminen contradiciéndose? Esa tarea es el corazón de toda institución o cuerpo: es la gran tarea que debe afrontar nuestro mundo. Creo que no podemos subestimar la potencia de este pensamiento. Esa es la misión de la Cristiandad en el corazón del mundo». El Papa ha aprendido de grandes intelectuales, tanto latinoamericanos (Podetti, Methol Ferré) como europeos (Fessard, de Lubac, Balthasar y Guardini), que no es la dialéctica hegeliana sino la tensión polar católica lo que permite comprender las tensiones fecundas que están en el corazón del mundo. «Borghesi hace ver que la principal influencia de Podetti sobre Bergoglio consiste en mostrarle la importancia de la periferia como locus de nuevas perspectivas y síntesis creativas. Podetti, que provenía de una importante familia de católicos e intelectuales nacionalistas, creía que América latina tenía un rol vital en el futuro del mundo como civilización cristiana “moderna”, capaz de trascender las dialécticas individualista-colectivista, liberal-totalitario, este-oeste». Esta intuición la profundizan dos pensadores latinoamericanos que probablemente son los que permitieron comprender mejor la diferencia entre la “teología de la liberación”, como la del primer Gustavo Gutiérrez, y la “teología del pueblo” a la que adhiere el Papa Francisco: pienso en Alberto Methol Ferré, también en diálogo con el filósofo italiano Augusto Del Noce, cuya “legitimidad crítica de la modernidad” es objeto de otro estudio de Borghesi, y en Lucio Gera. El núcleo de la diferencia entre las dos teologías citadas “no es la opción por los pobres ni el concepto de liberación histórica, sino la atención a la cultura y a la historia. Methol Ferré, el padre Lucio Gera y otros miembros del grupo de asesores del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) creían que los partidarios de la Teología de la liberación habían aceptado demasiado acríticamente los paradigmas marxistas y tecnocráticos de la sociología de la modernización, que en su opinión no correspondían a la específica tradición cultural e histórica de América Latina. La fidelidad a Roma también era parte de esa posición. pero eso no significa que no fueran críticos respecto del Vaticano, sobre todo por el centralismo”. El mismo centralismo que ahora, como Papa Francisco, “cum grande animo y liberalidad” (Ignacio de Loyola) se propone reformar. Por último, es lícito preguntarse si esa voluntad de reforma, en las manos y el corazón de un hombre de ochenta años, tiene futuro. La respuesta es sencilla. Como se puede ver en los libros de Ivereigh y Borghesi, el Papa Francisco no es “lo totalmente otro”, sino que es fruto de la gran tradición católica que generó el Concilio Vaticano II y una valiosa reflexión teológica. En cuanto al futuro, doy una vez más la palabra al periodista británico: «el papado de Francisco no es solo un capítulo o un paréntesis en la evolución histórica de la Iglesia. Forma parte de un cambio de era».
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