La noticia viene de Polonia y tiene su punto inquietante. Se ha puesto en marcha una reforma educativa destinada a eliminar cualquier vestigio de socialismo, pero el primer ramalazo lo ha recibido el sentido común. Resulta que los líderes del partido conservador Ley y Justicia, en el poder, han decidido eliminar tanto a Charles Darwin como a Lech Walesa de los libros de texto.
La prohibición del primero, hasta cierto puntoes comprensible: su teoría de la evolución no casa con las tesis negacionistas de JaroslawKaczynski, exprimer ministro y hombre fuerte en la sombra del gobierno de Andrzej Duda, de manera que la supresión de la teoría de la evolución estaba cantada.Para Kaczynski y compañía, el hombre –al menos el polaco- no desciende del mono, por lo tanto nada que enseñar en esa línea.La mutilación del segundo, en cambio, resulta un poco más sorprendente, dado su historial anticomunista y su rol de fundador y líder del sindicato Solidaridad, que se enfrentó al Estado socialista en los años ochenta del siglo pasado.
Según el enfoque de los nuevos guardianes de la fe, Walesa no habría sido un opositor del todo fiable; incluso podría ser visto como un colaborador solapado de la Unión Soviética que no puede ofrecer suficiente pedigrí como antagonista del general Jaruzelski, con quien tuvo la “debilidad” de sentarse a negociar en su día el destino del país. Todo eso, aderezado con las abundantes contradicciones del personaje, fue suficiente para expulsarlo de la historia escolar.“¡Centrista!”, parecen decirle. “¡No llegaste a la inmolación!”, parecen reprocharle. “¡Dialoguero!”, parecen culparle.
En fin, que ni el hombre desciende del mono ni el postcomunismo polaco desciende de Walesa.
En medio de una ola reaccionaria que la hermana con Hungría, el retroceso que tiene lugar en Polonia está tocando a las puertas del teatro, el arte, la literatura y la vida misma. Esos territorios donde se experimentaron islotes de libertad incluso dentro de aquel socialismo que hoy pretenden barrer de la memoria. (Baste recordar a Grotowski oWajdapara atestiguarlo).Entre Darwin y Walesa hay tanta distancia como la que puede haber, en una enciclopedia, entre las iniciales de sus respectivos apellidos. Sin la contribución del primero, el marxismo no se hubiera afianzado. Sin el empujón del segundo, el sistema socialista surgido de aquella teoría no se hubiera desplomado.
¿Qué hacen, entonces, metidos en el mismo saco?
Está claro que la respuesta no la encontraremos en la similitud que pueda haber entre los expulsados del paraíso conservador. Lo que sí aclara esta quema son las ideas extremistas de aquellos que han pretendido atarlos en la misma pira, para marcarlos a fuego como enemigos de la verdad suprema en una lucha del león contra el mono. Y con el mono (aunque sea el de la evolución) amarrado.
Este es uno de los problemas que trae legislar la vida desde los extremos. Al final, todo acaba por dirimirse en blanco y negro -¡matices fuera!- bajo el dictum favorito de este género cinematográfico: “aquí sólo puede quedar uno”.Así como el culto a la personalidad muchas veces no reside en las virtudes del elegido sino en la necesidad de aquellos que lo ensalzan, el insulto al personaje suele decir más del acusador que del acusado.
Darwin no es Walesa, como un rinoceronte no es un unicornio que se ha olvidado de la dieta (por más que esto, según Umberto Eco, confundiera a Marco Polo). Lo que los une, pues, no es lo que tienen en común, sino que ambos fueron colocados en el centro de la hoguera, su destino de chivos expiatorios de esa tabula rasa que, en efecto, algo nos dice sobre aquellos que los igualaron en la exclusión.
*Ensayista e iconógrafo