“Tenemos que encontrar una manera pacífica y democrática para salir de esta situación, y la única manera es siempre la misma: hay que conocer, hablar, pero en serio, para llevar a cabo un camino hacia la solución”. Con estas palabras el cardenal Pietro Parolin respondió ayer las preguntas de algunos periodistas sobre la situación venezolana, mientras en el país se estaba votando la elección de 500 constituyentes que deben redactar una nueva Carta constitucional para reemplazar la de Hugo Chávez de 1999. Esto significa, entonces, que para la Santa Sede no ha cambiado nada en relación con lo que ya dijo, incluso por escrito, sobre la manera de salir de esta dramática y terrible crisis, que a esta altura ofende cualquier sentimiento humano. Las partes, el gobierno de Maduro y las oposiciones (que ya son 21 grupos distintos) deben sentarse a negociar con seriedad, honestidad y responsabilidad una salida compartida “pacífica y democrática”. En palabras más directas, se podría decir que para la Santa Sede la elección de los constituyentes que se llevó a cabo ayer no tiene ningún valor y ninguna legitimidad. Los resultados proclamados por el gobierno no son confiables y obviamente no pueden ser tomados en serio. No hay ni una sola autoridad, interna o internacional, que esté en condiciones de certificar ni una sola cifra, ni las que proporciona el gobierno ni las que ofrecen las oposiciones. Lamentablemente, la única cifra incuestionable es una sola: desde el 4 de abril se han verificado como mínimo 115 muertes.
Ninguna elección de constituyentes, llamados a escribir una nueva Constitución, se puede considerar aceptable si no ha recibido la aprobación de todos los sectores de la sociedad venezolana. Por otra parte, la opinión de los obispos de Venezuela es idéntica a lo que ha declarado el Secretario de Estado. Pare evitar cualquier tipo de equívocos, el arzobispo de Caracas, cardenal Urosa, dijo que ha sido una consulta ilegítima porque no la ha deseado el pueblo.
Como era previsible, la operación política de Maduro, y de los que dentro del chavismo lo apoyan y alientan, no ha hecho más que empeorar la crisis, introduciendo nuevos elementos de odio, división, antagonismo y sectarismo.
La responsabilidad histórica de Maduro es enorme, y tarde o temprano no podrá escapar a un durísimo juicio de la historia. Con toda probabilidad la consulta de ayer – que se llevó a cabo con el solo propósito de declarar ilegítimo al Parlamento (donde la mayoría está en manos de la oposición) y eliminar a la Fiscal General de la República – será el último error del presidente venezolano.