La foto y el personaje no necesitan presentaciones. Se ve a Bergoglio sentado en el banco de madera de un vagón del subterráneo, rodeado por algunas personas: un hombre con anteojos y bigote al lado, un joven con aspecto de empleado detrás de él y muchas otras personas que se dirigen a su anónimo destino. Esta foto poco nítida y descolorida – tomada en 2008, cuando Bergoglio tenía unos diez años menos – los argentinos ya la conocían y el resto del mundo la vio circular por la red después del 13 de marzo de 2013, como un emblema de ese Papa que vino de lejos y que se movía por su ciudad, Buenos Aires, con los mismos medios de transporte que todos los días usan dos millones de sus compatriotas. El vagón, de fabricación belga, se usaba en el subterráneo en la línea que une la famosa Plaza de Mayo con la parada de “Primera Junta”, llamada así en homenaje a una de las fechas patrias más gloriosas de la historia argentina. Cruza cerca de 15 estaciones en línea recta por debajo de la Avenida Rivadavia, una de las más largas del mundo. Sabemos que frente a la Plaza de Mayo se encuentra la catedral de Buenos Aires y el arzobispado, con la oficina y la habitación que usaba Bergoglio. La última parada, “Primera Junta”, está en el barrio de Flores con la iglesia de San José, la parroquia de la juventud de Bergoglio, donde maduró su vocación al sacerdocio. Hasta aquí, son todos datos conocidos y reproducidos en cientos de biografías que fueron apareciendo una tras otra sobre el melancólico pasajero que inmortaliza la imagen. Pero ni siquiera los “porteños”, como llaman los argentinos que viven en el resto del país a los habitantes de la ciudad-puerto, sabían dónde había ido a parar aquel vetusto vagón con bancos de madera. Para descubrirlo fue necesario que un voluntarioso empleado de “Metrovías”, la sociedad que administra el subterráneo, realizara un verdadero trabajo detectivesco remontándose a los vagones que se usaban en la línea A, la más antigua de las seis que actualmente cruzan Buenos Aires. Pablo Piserchia, que también es miembro de la Asociación Amigos del Tranvía de Buenos Aires, estudió uno por uno los 99 vagones que se encuentran en los depósitos desde 2013, cuando fueron reemplazados por coches más modernos de fabricación china. Con la fotografía en la mano y buscando el ángulo concreto desde el cual fue tomada, comparó los detalles captados, los espejos, los pasamanos, las ventanillas, los asientos. Declaró al diario Clarín que había empezado la investigación a principios de 2014 con la ayuda de su esposa Guadalupe. Dos meses después, las opciones se habían reducido a tres vagones: el 47, el 52 y el 33, hasta que finalmente llegaron a la conclusión de que el coche de la imagen era el número 33. “Noté la moldura de color oscuro en la tercera varilla del asiento en el lugar de la foto donde se encuentra Bergoglio y su acompañante; el pasamanos interior con un golpe en el enlozado; los espejos de interior entre puertas intermedias; la pintura exterior con franjas amarillas en las puertas y la moldura debajo de la ventanilla con una pequeña rotura”.
Piserchia y Guadalupe no se contentaron con eso. Compraron todo lo necesario y reconstruyeron el vagón en pequeña escala. Después viajaron a Roma y concurrieron a una audiencia en la Plaza San Pedro. “Esperamos en la Plaza San Pedro un largo rato, hasta que el Papa llegó donde estábamos nosotros. No entendía mucho y cuando vio la maqueta, se sorprendió. Le dimos la caja con el vagón y un folleto que llevamos, donde explicamos todo. Le dije: ‘En este tren usted viajaba al centro’. Entonces sí se acordó. Les pidió a los de la Guardia Suiza que lo llevaran a su oficina”.