Todavía no se conoce oficialmente la fecha, pero los responsables del proceso de canonización de los 30 mártires brasileños masacrados en Rio Grande do Norte, en 1645 durante la ocupación holandesa del nordeste del país, afirman que la ceremonia se llevará a cabo el 1º de octubre de este año, en el Vaticano. “El Papa tomó la decisión de acelerar el proceso”, declaró monseñor Jaime Vieira, arzobispo de Natal. Serán proclamados santos el padre André de Soveral y el padre Ambrósio Francisco Ferro, junto con Mateus Moreirea y otros 27 compañeros laicos. A todos ellos los mataron por negarse a abjurar de la fe católica y convertirse al calvinismo.
Este año los festejos serán prolongados. Ya se está preparando una gran fiesta para el primer domingo de octubre en la comuna de São Gonçalo do Amarante, donde se produjo una de las masacres, pero las celebraciones continuarán hasta el 3 de octubre, día dedicado a los nuevos santos y que es feriado en el Estado de Rio Grande do Norte. El programa incluye misas, espectáculos musicales, una feria gastronómica y una muestra cultural que relata la historia de los santos. “Es un regalo para todos, y la gente de esta ciudad merece un gran evento”, afirma Eraldo Paiva, vicealcalde de São Gonçalo do Amarante. “Hace mucho que se había iniciado el proceso, pero comenzó a consolidarse con la beatificación”. Los 30 brasileños fueron proclamados beatos por el Papa Juan Pablo II en el año 2000. Murieron víctimas de dos masacres masivas que ocurrieron en 1645, durante las invasiones de los holandeses en el nordeste del país. La primera masacre se produjo el 16 de julio de ese año durante una misa dominical en la capilla de Engenho de Cunhaú, en la actual comuna de Canguaretama. Según algunas fuentes históricas, durante una misa que celebraba el padre André de Soveral, después de la consagración de la hostia y del vino, Jacob Rabbi, que estaba al servicio de la Compañía holandesa de las Indias occidentales, cerró las puertas de la iglesia y ordenó a su tropa formada por soldados e indios tapuia que mataran a todos los fieles.
La noticia de las atrocidades cometidas en Cunhaú se difundió por todo el territorio de Rio Grande do Norte y en las Capitanías vecinas, sembrando el terror. Solo tres meses después se produjo la segunda masacre, nuevamente por orden de Jacob Rabbi. Un grupo de aproximadamente 80 católicos se había refugiado en una fortaleza construida en la pequeña comuna de Potengi. El 3 de octubre en Uruaçu, que actualmente pertenece a la comuna de São Goçalo do Amarante, el grupo de católicos trató de resistir cuando fueron atacados, pero tuvieron que rendirse y después los mataron a orillas del rio Uruaçu. Con ellos se encontraban el padre Ambrósio Francisco Ferro y el padre André de Sandoval, el campesino Mateus Moreira y sus 27 compañeros, que serán proclamados santos. Se cuenta que Meteus Moreira repetía “Alabado sea el Santísimo Sacramento” en el momento en que iban a arrancarle el corazón. Los relatos hablan también de una serie de atrocidades como lenguas arrancadas, brazos y piernas mutilados, niños cortados por la mitad y cuerpos decapitados. Las fuentes históricas afirman que los invasores holandeses ofrecieron a los fieles católicos la posibilidad de convertirse al calvinismo, pero ellos eligieron el martirio.
Decenas de personas fueron asesinadas en los dos episodios, pero solo para treinta – aquellas cuyo nombre se conoce – se abrió el proceso de beatificación y canonización. Las dificultades para identificar a las personas se sumaron a las dificultades para comprobar que los hechos eran realmente verídicos, porque los relatos resultaban contradictorios y parciales.
La invasión holandesa en el nordeste brasileño fue el mayor conflicto político militar de la historia colonial de Brasil. Se produjo entre los años 1630 y 1645, con la Compañía holandesa de las Indias Occidentales. Hubo dos grandes períodos de guerra entre portugueses y brasileños en 1630 y 1635, por un lado, y contra los holandeses en 1645 y 1654, hasta que los portugueses reconquistaron definitivamente el nordeste.
En esa época Holanda desplegó una fuerte política expansionista que incluía el objetivo de apoderarse de territorios portugueses y españoles en América. Los holandeses decidieron atacar el nordeste brasileño porque era el principal productor mundial de caña de azúcar, que en aquel momento era el producto más valioso para los europeos, y porque muchos holandeses ya trabajaban en esa región. Los invasores consiguieron controlar un territorio desde Sergipe hasta el Maranhão.
Entre 1637 y 1644 la región estuvo bajo el mando del holandés Maurizio de Nassau. En esos años el nordeste brasileño vivió una etapa de progresos culturales y estructurales. Se incentivó la ciencia, se instituyó un servicio de higiene y salud pública y se construyeron jardines botánicos, zoológicos y un museo artístico. También se implementó una planificación urbana según el formato holandés. Pero más allá de estos innegables progresos, las persecuciones religiosas aumentaron. En efecto, durante la invasión holandesa la religión oficial pasó a ser el calvinismo. “Si bien los holandeses nunca se declararon abiertamente contra los portugueses, estaban claramente en contra de los católicos”, afirma la historiadora Edna da Silva, especialista en el período de la invasión holandesa en el nordeste. Da Silva explica que numerosas órdenes religiosas fueron expulsadas de la región – entre ellas franciscanos, carmelitas, benedictinos y jesuitas – así como hay muchas noticias que refieren destrucciones y saqueos de iglesias y conventos católicos e intentos de adoctrinamiento protestante. “Por eso la insurrección luso-brasileña de 1654 no solo quiso recuperar la tierra del dominio de los holandeses sino que también tenía una finalidad religiosa. En efecto, los comandantes de los levantamientos se referían a esta guerra como “guerra de liberación divina” y alentaban a sus hombres a luchar en nombre de la fe”.
Canonización equivalente. La santidad de los 30 mártires brasileños de Cunhaú y Uruaçu ha sido reconocida en la Iglesia por medio de un decreto papal que se denomina “canonización equivalente”. En estos casos no es necesario que haya milagros comprobados si se cumplen tres requisitos: que haya pruebas de la antigüedad y de la continuidad de la veneración al candidato; que haya pruebas históricas confiables de su fe católica y de sus virtudes; que la fama de su intercesión milagrosa sea ininterrumpida. El cardenal emérito de San Pablo, dom Claudio Hummes, quien fue también obispo de Fortaleza, colaboró activamente en el proceso de reconocimiento de los mártires. “Hace tiempo hablé de este tema con el Papa Francisco, recordando que había canonizado a otros beatos históricos y que ya no había más pruebas documentales para agregar”, cuenta el cardenal a Radio Vaticana hablando sobre el beato Anchieta y el padre Fabro, uno de los dos fundadores de la Compañía de Jesús. “En una audiencia que tuve con él, me acordé de eso y le pregunté si sería posible pensar en una canonización de los 30 mártires del nordeste. Él tuvo una reacción muy positiva”, afirmó dom Hummes.