La guerra se está muriendo; pero en Colombia la paz todavía no ha nacido. Y en los Llanos del Yarí todos están esperando. Se respira en las jornadas siempre iguales del campamentos más importante de las FARC: primero café, después estudio, después noticias: una huelga armada, pero también ganó el equipo colombiano de fútbol. Y el último comunicado que llega de La Habana. Esperar. Esperar siempre. Y de nuevo esperar. Y aunque no hay grandes novedades, tampoco hay apuro. En las montañas, en medio de la selva, hace décadas que esperan. Pueden muy bien seguir esperando unas cuantas semanas más.
En esa región del centro de Colombia donde se pelearon batallas decisivas durante veinte años, se vive una tregua de hecho. El último muerto fue hace tres años, la última escaramuza fue en enero. Por encima de todo y de todos flota -ahora más que nunca, cuando las negociaciones de La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y los representantes de los guerrilleros están por llegar a su fin- una pregunta: ¿puede volver a vivir en la normalidad alguien que solo ha conocido la guerra?
En los Llanos del Yarí realmente nadie puede imaginar cómo será el futuro. Estos 150 guerrilleros –hombres y mujeres- están esperando que se firme el acuerdo rodeados de palmeras y de insectos. Porque para todos ellos la guerra –aunque está en suspenso- sigue allí, es la compañera de todos los días: en la trinchera que cada uno cava junto a las mantas donde duermen, para poder esconderse en caso de bombardeo, o en la prohibición de encender luces o cocinar de noche para no alertar a los aviones.
No pueden imaginar cómo será el futuro, pero se preparan para recibirlo.
Marta, de 33 anni, ya habla en pasado: “Ha sido un orgullo ser guerrillera”. Xiomara Martínez, en cambio, tiene muy claro que no sentirá nostalgia del fusil: “¿Qué son las armas? Apenas un pedazo de hierro. Lo que vale es el hombre que las porta”.
Pero en esta larga transición hacia la vida civil, las FARC hacen lo mismo que siempre hicieron: no improvisan. Se organizan.
Dos nombres: Kunta Kinte y Byron Yepes, 52 y 57 años respectivamente. Dos comandantes de este bloque perdido en los Llanos, el bloque “Jorge Briceño”. El más importante de las FARC.
Kunta Kinte y Byron Yepes son de los duros: la mitad de su vida la pasaron en las montañas. Desde fines de los años ’80 vivieron la época de los secuestros masivos, la destrucción de pueblos y el auge y la declinación de la coca. El rol de primer plano en las batallas decisivas del “Plan Patriota”, la ofensiva del ejército de 2003 –en el gobierno estaba el enemigo número uno de las FARC, Álvaro Uribe- que quería terminar de una vez por todas con la guerrilla. No pudo hacerlo. Al contrario. Ese operativo es “el que nos tiene sentados en La Habana porque ni el gobierno logró acabarnos ni nosotros obtener la victora”, reivindican los jefes con orgullo.
En el “Jorge Briceño” no hay lugar para novatos. Los más jóvenes tiene 15 años de militancia. Los jefes, 30. Muchos de ellos ni siquiera saben qué es la vida sin guerra. Por eso en el mundo de las FARC que está llegando a su ocaso el reglamento sigue siendo la Biblia. Para algunos está incluso por encima de las leyes colombianas. Pero en el campamento ya no hay adiestramiento militar. Los jóvenes miran los noticieros que se producen en Cuba y que llegan vía USB. Una vez por semana trabajan como células del Partido Comunista Clandestino. Leen documentos marxistas y discuten sobre los acuerdos de La Habana.
Las tareas más importantes: resolver los conflictos que surgen entre los campesinos de la región y enseñar. “Enseñamos geografía, historia y aritmética. Nuestro plan es erradicar el analfabetismo”, dice uno de ellos, Luis David Celis. “Nos dedicamos un sesenta por ciento a la formación porque las tareas que nos esperan son grandes”. Por otra parte, para muchos guerrilleros las FARC fueron una escuela mucho más allá del aspecto político. Evelio Ramírez se presenta como médico cirujano graduado en la escuela de las FARC. La medicina de guerra, después de 10 años de combate sin tregua, ha evolucionado continuamente. También hay anestesistas y bacteriólogos. ¿Pero toda esa experiencia servirá para algo en la vida civil? ¿O habrá que empezar de cero?
Tiene razón Celis, “las tareas que nos esperan son grandes”.
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Reelaboración libre de la serie de reportajes del semanario colombiano Semana, titulado “Los últimos días de la guerra”. El artículo original se puede leer aqui.
Galería de fotos del diario El tiempo se puede ver aqui.