“En este momento los sirios tienen tres opciones: quedarse en los países vecinos pero sin derechos, venir a trabajar a un país como Brasil o pagar 4000 dólares por los barcos de la muerte para llegar a Europa”. Y son cada vez más –seis mil según los cálculos oficiales, aunque nadie sabe el número exacto- los que eligen la ruta que describe Dayaa al diario argentino La Nación. Dayaa es sirio y se encuentra refugiado desde hace aproximadamente un año en Brasil, donde se casó y trabaja como empleado en un negocio de Río. “El sueño de un futuro como ingeniero” quedó atrás, pero no lo lamenta demasiado. “Ahora mi familia es mi mujer; mi hogar está acá. No volveré a mi país, salvo de visita, por supuesto”.
Hay cerca de 3.2 millones de sirios refugiados desde 2011 en países limítrofes como Jordania, Turquía y Líbano, a los cuales hay que sumar 7.6 que huyeron de sus casas aunque permanecen en el país. En esta situación, 6 mil personas puede parecer un número irrisorio, pero señala una tendencia que va en aumento, sobre todo porque los países de la región están abriendo sus puertas a los prófugos implementando programas pensados específicamente para ellos. En Brasil, por ejemplo –el más elegido por los sirios que buscan asilo en América Latina- ya hay 1.500 que consiguieron el estatus de refugiados, mientras cerca de 4000 entraron al país con otras visas. La numerosa comunidad árabe ya radicada en ese país, sumado a las facilidades que concede el gobierno a los que huyen de la guerra, en colaboración con la Oficina de la ONU para refugiados (ACNUR), explica esta preferencia.
Argentina por su parte puso en marcha en noviembre del año pasado el “Programa Siria”, que facilita el ingreso y permanencia de los refugiados. Según las cifras oficiales, desde el comienzo de la guerra han llegado 174, aunque el número real sería mayor. En el Cono Sur, el pionero en conceder asilo fue Uruguay, con 120 personas que entraron con un programa de la Secretaría de Derechos Humanos que consiste en ayudar a las familias a obtener trabajo y una casa, asistiéndolas durante dos años. El propósito de las autoridades uruguayas era que ese plan constituyera un modelo para el resto del continente, pero a pesar de las buenas intenciones está generando algunos problemas, sobre todo de integración, ya que algunos de ellos han solicitado permiso para ir a Europa. Para muchos prófugos, en efecto, América Latina es solo una etapa del viaje –tortuoso pero más seguro que por vía marítima- cuya meta siempre es el Viejo Mundo.
Las dificultades de los refugiados en Uruguay no son una excepción, porque huir es solo el primer paso. Después hay que aprender el idioma y lo más difícil, encontrar trabajo, por lo general completamente diferente al que tenían en su patria. Un ejemplo representativo es Haizam, un abogado de 46 años acaba de llegar a Buenos Aires con dos hijos de 12 y 15 años. Perdió su casa, su auto y hasta un campo en Homs. “Mi cuñado vivía en Argentina y siempre nos decía que viniéramos para acá”, cuenta a La Nación. “Llegué con los bolsillos vacíos; no pude vender nada. Ahora preparo y reparto comida. Mi vida pasa por mis hijos, yo no tengo futuro”.
No es suficiente el mate, la infusión tradicional de esta región del mundo pero curiosamente muy popular en Siria y Líbano, para sentirse en casa.