El anuncio que hicieron en simultáneo los presidentes Obama y Castro es un gran paso hacia adelante. No es un objetivo logrado sino un giro histórico. Habrá que dar muchos otros pasos para que el cambio se extienda a las instituciones y a la sociedad cubanas y para que la sociedad estadounidense y las comunidades cubanas residentes en las grandes naciones de Norteamérica asimilen el deshielo. Pero el giro es una realidad. Sorprendente como cualquier cambio decisivo, incluso para aquellos que iban tomando nota de una secuencia ininterrumpida desde hace cinco años. Y tal como ocurre cuando efectivamente se trata de un giro histórico, se debe adjudicar a más de un protagonista, nunca es obra de uno solo. Las personas que iluminaron los reflectores de los medios fueron el Papa y su Secretario de Estado, Obama y algunos colaboradores cercanos, Castro y tres o cuatro personalidades del gobierno de los que será necesario hablar en el momento oportuno y, -en distinta medida- los tres últimos nuncios que cubrieron el puesto de delegados papales en Cuba. Pero hay alguien que no ha sido suficientemente mencionado en los comentarios de las últimas horas. La Iglesia cubana y quien la preside desde hace más de treinta años, el cardenal de La Habana Jaime Lucas Ortega y Alamino. “El “giro” que significó su nombramiento como primado, en 1981, ha preparado y precedido la situación a la que estamos asistiendo. El purpurado cubano apostó siempre al diálogo con el gobierno, a una cultura del encuentro ante litteram, que mantuvo con determinación incluso cuando la orientación era otra, más proclive al conflicto, a la no negociabilidad de valores como las libertades y los derechos humanos.
Vuelve a la memoria un episodio emblemático que puede marcar la fecha que comenzó el proceso que hoy ha culminado en el histórico acercamiento. En el último plenum cardenalicio antes de comenzar el cónclave que eligió a Bergoglio como Papa, el cardenal de La Habana Ortega y Alamino le pidió al arzobispo de Buenos Aires las notas de la intervención que acababa de hacer en la congregación general. Evidentemente esas palabras habían llamado la atención del cubano, quien hizo publicar las notas manuscritas en italiano en el sitio de la revista de la arquidiócesis de La Habana Palabra Nueva, acompañándolas con una foto. La imagen retrata al Papa Francisco sonriente, apoyando ambas manos sobre los hombros de su elector. Esa imagen está colocada junto a una fotocopia del original de las notas y la traducción de las mismas a continuación.
Nos encontramos con aquel apunte pocas horas después de que fuera publicado on line y el que escribe se apresuró a reproducirlo en Tierras de América. Palabra Nueva acompañó la copia del manuscrito del futuro Papa con la transcripción de las palabras del mismo Ortega al pedírsela. Le dijo que “coincidía” con las cosas que había escuchado y quería llevar aquellas palabras consigo a Cuba. Al día siguiente el purpurado cubano recibió las dos páginas de manos de Bergoglio, quien autorizó su difusión; permiso que el Papa Francisco ratificó después, durante el saludo que recibió de los cardenales cuando fue elegido.
¿Y qué decía aquella intervención que el arzobispo de La Habana definió en otra oportunidad como “magistral, perspicaz, comprometedora y verdadera”? Que “la evangelización es la razón de ser de la Iglesia”, que ella “está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo geográficas sino también existenciales: las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia y de la indiferencia religiosa, las del pensamiento y de toda miseria”; que “cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar se vuelve autorreferencial y se enferma”; que “los males que con el tiempo infectan las instituciones eclesiales tiene su raíz en la autorreferencialidad, una especie de narcicismo teológico”; que “cuando la Iglesia es autorreferencial cree, sin darse cuenta, que tiene luz propia; deja de ser misterium lunae y da lugar a esa enfermedad tan grave que es la mundanidad espiritual”.
Eran afirmaciones que sintetizaban a la perfección la “línea Ortega”. Una “cultura del encuentro” que era al mismo tiempo propuesta por Bergoglio-Papa desde la sede de Roma -hasta convertirse en un principio activo en la diplomacia vaticana- y llevada a la práctica en Cuba produciendo resultados semejantes a los que hoy vemos: liberación de prisioneros, apertura de espacios inéditos de presencia social, mayores libertades individuales, el comienzo de ciertos cambios democráticos en el plano de las instituciones y la puesta en marcha de reformas en el ámbito económico.
Una línea que, tal como ocurre ahora con el Papa Francisco, tuvo sus adversarios: los partidarios de la excomunión, de la oposición, de la denuncia a ultranza de las violaciones de los derechos humanos y de la ausencia de libertades individuales
Ortega y Alamino ya cumplió 78 años en octubre de 2013 y hace tres que puso su renuncia en manos de Benedicto XVI, como está dispuesto para los cardenales de la Santa Iglesia Católica que llegan a los 75. Pero el sucesor de Benedicto no ha dado muestras hasta el momento de querer aceptarla. Por el contrario, le ha confiado misiones como enviado especial suyo. En El Salvador en agosto de 2013 y en Québec, Canadá, en el mes de septiembre de este año. Y Canadá es el país que -ahora lo sabemos- hospedó con extricta reserva los encuentros previos entre las partes.