Día de bautismos en la capilla que lleva el nombre de la patrona de Argentina, Nuestra Señora de Luján. Las notas alegres de “un ángel que pasa furtivo” se mezclan con las letanías que provienen del salón que está enfrente, donde un grupo de evangélicos invoca a Dios y pide bendiciones. 34 bautismos hoy, tercer domingo de Adviento, 14 el sábado en una capilla cercana, dedicada a la Virgen de Itatí, dos docenas en la tercera capilla de la villa La Cárcova, donde el padre José María di Paola sigue sembrando comedores, centros de apoyo escolar y centros de prevención de la toxicodependencia. Este año 2014, en el registro de bautismos que está a cargo de una voluntaria se han inscripto 600 nombres. Diez veces más que el año pasado, cuando el cura venía de otra parte y bautizaba a los residentes en determinadas fechas. Y más o menos lo mismo ocurre con todos los sacramentos, que con la presencia del nuevo párroco han marcado un pico impresionante de crecimiento. Porque desde el viernes pasado La Cárcova, una villa de la periferia de Buenos Aires, es parroquia a todos los efectos, con límites bien marcados y el respaldo del decreto del obispo Guillermo Rodríguez Melgarejo, que “por gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica” y en base a las disposiciones del canon 515 del Código de Derecho Canónico, ha erigido una nueva parroquia. “La primera completamente villera de San Martín”, aclara el flamante párroco Di Paola, quien ha querido que llevara el nombre de San Juan Bosco, un santo que tiene mucha relación con la Argentina y que a él le gusta por la “atracción” que ejercía en los jóvenes marginales de su tiempo, tan parecidos a los que hay aquí. Di Paola ha sembrado capillas en cada rincón de este pedazo de tierra desprendida de la megalópolis, nueve en total, y todas están llenas de vida y de luz, como si hubieran recibido una descarga eléctrica. Ancianos, jóvenes, mujeres, hombres, muchos hombres, las frecuentan como no se veía desde hace tanto tiempo en estos lugares. Produce cierta impresión verlos reunidos, cerca de cincuenta personas, arrodillados delante del altar donde el párroco di Paola celebra la misa o ensayando los cantos como un coro de niños. Y después todos van al patio, para hablar de lo que hay que hacer: con la capilla que se encuentra en otro lugar de la villa y necesita un techo nuevo; con el comedor financiado por un grupo de judíos que debe empezar a dar de comer a los chicos de la calle, con la próxima fiesta en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Los evangélicos de la villa La Cárcova tienen sus propias fiestas. De sanación, de glorificación, de invocación, ruidosas igual que las católicas, aunque más formales. Di Paola no organiza las suyas para competir con ellos, pero continuamente hay razones para preparar alguna. Entroniza advocaciones de la Virgen populares en provincias lejanas de la Argentina -la de Lourdes la colocó en una gruta de la villa precedida por una larga procesión bajo una lluvia torrencial- y bautiza “santos” que la Iglesia no acepta a la ligera. El Gauchito Gil, con sus banderas rojas, es un bandolero que se dejó matar en lugar de otro, algo así como un Maximiliano Kolbe, y la gente de Corrientes –son muchos los correntinos en la villa- lo veneran como a un verdadero santo. Humo en los ojos para los evangélicos de enfrente. “Tuercen la nariz cuando pasan nuestras procesiones, como si nosotros adoráramos estatuas; lo que no entienden es que nosotros los miramos a ellos porque acercan la gente pobre a Dios”, comenta el padre Pepe di Paola entre un bautismo y otro. “Cuando ven la alegría con que hacemos las procesiones, caen muchas hostilidades y hay muchos que vuelven a la liturgia católica; reconozco varios que empezaron a venir a la iglesia a escondidas; otros también fueron a hablar conmigo, para decirme que se habían alejado porque la iglesia, para ellos, era algo abstracto, lejano, pero que ahora, con este Papa, es otra cosa”.
Aquí, en este pedazo de tierra polvorienta en verano y cubierta de barro en invierno, parecen haber vuelto los tiempos de los primeros franciscanos que desembarcaron en el Nuevo Mundo tras las huellas de los conquistadores. Como fray Motolinía y sus compañeros, que bautizaban multitudes de nativos sin demasiadas exigencias, para convertirlos en hijos de Dios, aunque los dominicos no estaban muy de acuerdo. “Entre los bautizados de hoy había algunos hijos de evangélicos”, me hace notar di Paola. Le respondo citándole estadísticas implacables, como la del Pew Research Center, que muestra que el fenómeno de vastos sectores de la población latinoamericana que abandonan el catolicismo es masivo y tiene tales dimensiones que define toda una época, considerando que el instituto de investigación de Washington registra entre 1970 y 2014 una disminución de los católicos en el continente del 92% al 69 %. Al mismo tiempo, el estudio señala que en el mismo período el porcentaje de los “protestantes” pasó en promedio del 4% al 19%, con picos más altos en los países de América Central.
“No puedo verificar los datos, pero no me sorprenden”, contesta di Paola. “Es así desde hace décadas, había iglesias evangélicas ec cualquier cantidad, en la villa21 donde estuve 12 años y las hay aquí donde estoy ahora. Evangélicos de todo tipo, y no solo evangélicos. También hay algunos que practican ritos umbanda y cultos espiritistas. La gente busca relacionarse con Dios, siente que es algo bueno para su vida; donde hay alguien que los remite a eso, allí van; si son evangélicos, van con ellos, si son espiritistas, van con los espiritistas, aunque con más cautela”, prosigue el nuevo párroco. “Pero allí donde la Iglesia vuelve a estar presente, cercana a los cuerpos y a las almas, como un hospital de campaña que cura las heridas, los que se han alejado vuelven con cierta facilidad”
¿Cuántos son los que han vuelto? ¿Cuántos de ese quinto de evangélicos brasileños que era católico y hoy se distribuye en cientos de denominaciones evangélicas?
Todavía es pronto para decirlo. Por ahora se hace hincapié en los datos de los que abandonan, del flujo hacia, y algunos lo hacen con malicia, contabilizando el éxodo en la cuenta de pérdidas del Papa actual, que es argentino como di Paola. “Sin duda hay malicia en esas operaciones mediáticas”, observa di Paola. “El que apunta los números en contra del Papa no comprende que la protestantización viene de lejos, de muy lejos. Es cierto que las estadísticas no registran movimientos en sentido contrario. Todavía no los registran, quizás dentro de diez años empiece a cambiar algún punto porcentual y se pueda percibir la inversión de tendencia, pero todavía es pronto”. Los ex católicos respondieron a los investigadores del Pew Research Center que las congregaciones evangélicas garantizan un sentido de pertenencia y una relación personal con Jesucristo más fuertes. “Precisamente eso es lo que estaba diciendo”, comenta di Paola. “Sus congregaciones se forman y crecen en el patio de las casas de los pobres, mientras la parroquia queda a kilómetros de distancia y llegar hasta allí con barro y con mal tiempo no es fácil”.
“¿Qué ha pasado con el continente de la esperanza?”, se preguntan algunos con cierto desprecio, mezclado con un sentimiento de revancha contra ese catolicismo popular que no entra en las categorías intelectuales que les resultan familiares.
“Sobre el término “protestante” hay que aclarar muchas cosas, en particular cuando se refiere al crecimiento en los países de América Latina”, aclara di Paola. “Las denominaciones clásicas del protestantismo, como los luteranos, los calvinistas y también los presbiterianos o los mismos metodistas, no me parece que se hayan visto beneficiados por el crecimiento; las que crecen son las corrientes de tipo carismático, los neo pentecostales, los adventistas, las “Asambleas de Dios”. Crecen y al mismo tiempo se fragmentan en una infinidad de comunidades que muchas veces no tienen ninguna relación unas con otras. No son capaces de formar un pueblo”.