Ya puedo escuchar el murmullo entre los seguidores de mis bergoglismos: “Este no es lo mismo que los anteriores, no es un bergoglismo”. Hay tanta gente que pide que recen por sus intenciones, que nadie puede presumir de que tiene el copyright. El “recen por mi” del Papa, según los críticos, habría que catalogarlo más bien como de “Autor Anónimo”. Probablemente tienen razón. Pero después de años de encuentros y correspondencia, yo creo que la frase “recen por mi” dicha o escrita, es de él, de Jorge Mario.
Lo importante, lo interesante, es que aunque sean muchos los que piden el auxilio de la oración ajena, para la gran mayoría de la gente, él es el primero que lo hace. He podido observar que las personas que se acercan por primera vez al catolicismo, o los que vuelven después de años de olvidar su fe, de no cultivarla, o que de todos modos la tienen adormecida, no comprenden bien el pedido del Papa, aunque lo más asombroso es que después lo hacen, realmente rezan por él.
Confieso que a mí personalmente, este asombro de la gente a la que Jorge Mario no les pide otra cosa que su oración, me da mucho que pensar. Hace que me pregunte si verdaderamente hemos creído en el poder de la oración o si más bien la considerábamos una especie de “password” para acceder a una cierta identidad católica. El concepto no es sencillo. Lo repito en términos generales. Hay algunos que se han quedado estancados en la práctica un poco infantil y mecánica del Padre Nuestro-Ave María-Gloria, como una fórmula mágica que deben repetir una y otra vez. Si en algún momento se enteran de los “molinos” de oración tibetanos que funcionan a mano o con viento, empezarían a imaginar algún mecanismo oriental, de ser posible a batería y mejor si es chino, que les permita ahorrar ese poco tiempo que dedican a una oración automática que sólo en las manos de Dios produce frutos.
En unos Ejercicios Espirituales que hice en mis años de alumno del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, un jesuita nos habló de “la oración como diálogo”; nos dijo que rezar no era lo mismo que hablar con una pared, sino que era hablar con una persona. Creo que este enfoque cambió mucho el concepto que teníamos de la oración. También hay otro problema. Algunos piensan que un diálogo forzosamente debe tener una respuesta oral, igual que la oración que dicen. De esa manera lo están limitando, porque no conciben la posibilidad de que la respuesta sea de otro tipo. En realidad Dios tiene un lenguaje distinto. Él habla por medio de gestos, de hechos, de impresiones. De una manera o de otra, Dios responde. Siempre. Pero con un lenguaje que no es de la misma naturaleza que el que usamos nosotros para dirigirnos a Él.
En mi primera visita a Santa Marta, el Papa Francisco me contó que un personaje de alto nivel le había confiado que era ateo y le había llamado la atención que pidiera continuamente que rezaran por él; esa persona le dijo que eso la había confundido mucho, por lo que, tras muchas vacilaciones, decidió hacerlo realmente. Entonces trató de acordarse de las oraciones que había aprendido de niño y puso manos a la obra. Le explicó que rezar le había hecho muy bien, aunque en ningún momento supuso que esto podía traer algún beneficio efectivo para su destinatario. A pesar de sus dudas, pensaba perseverar, no por una cuestión de fe sino por los beneficios que rezar por el Papa le estaba aportando a su propia vida.
Yo mismo nunca me hice demasiadas preguntas sobre la oración. Cuanto mucho pensaba: si es un diálogo personal con Dios, ¿qué tiene que ver uno de afuera? ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué molestar a un tercero por algo que es entre Dios y yo? Pero tuve que retractarme: he conocido el poder de rezar por otros. También hay personas que subestiman la ritualidad de la oración diaria y rezan solamente en los momentos de tribulación. Como la oración de Getsemaní. Pero me parece que el pedido reiterado tiene el mismo efecto que la gota de agua que perfora la roca. Creo que eso es lo que ocurre con la oración que Francisco pide a todos.
Un amigo en común, que también se llama Francisco, me decía: “Si después de convencer a un puñado de incrédulos argentinos de que rezáramos por él, ha pasado lo que estamos viendo, ¿qué podría ocurrir si lo pide a mil doscientos millones de pecadores?”.
Cosas que no se pueden explicar ni siquiera con la típica “viveza criolla” de los argentinos. El “recen por mi” del Papa no es una manera de recargar las baterías propias con la fuerza de los demás. El que piensa de esa manera no entiende que para rezar por él hay que ponerse delante de Dios. Y que Francisco, con este pedido, está convocando día a día a miles de personas que vuelven, como el hijo pródigo, a presentarse delante del Padre.
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