La prensa de Bolivia informa que el gobierno del presidente Evo Morales aprobó una disposición que a partir de ahora permitirá el trabajo infantil desde los 10 años. Según datos oficiales, en este país sudamericano hay 850 mil menores, entre los 5 y los 17 años, que llevan a cabo actividades laborales regulares en numerosos ámbitos. Agrega que el 87% de estas actividades son “las peores formas de trabajo”. Hay 354 mil menores que trabajan en el área urbana y 446 mil en la rural, según estadísticas oficiales. El 23 de diciembre pasado el presidente Morales durante un desayuno con representantes de niños trabajadores declaró: “Eliminar el trabajo infantil es eliminar la conciencia social”. A continuación el gobernante explicó su frase agregando: “aunque eso no signifique que se vaya a permitir la explotación laboral”. En Bolivia el trabajo infantil, al igual que en la mayor parte del Tercer Mundo, es un fenómeno muy complejo y delicado. Muchas veces, como en el caso del país sudamericano en cuestión, las mismas asociaciones de menores trabajadores se oponen a las medidas legales que pretenden elevar la edad laboral. En Bolivia, por ejemplo, la “Unión de Niños y Adolescentes Trabajadores” resistió firmemente en los últimos meses el proyecto de ley que proponía elevar la edad laboral a los 14 años. El problema siempre es el mismo: en los países pobres los niños son una fuente de recursos para las familias con bajos ingresos, con padres desocupados o con trabajo precario o núcleos familiares pobres y marginados, y por lo tanto cualquier prohibición indiscriminada del trabajo infantil se considera que sería un duro golpe precisamente para los más necesitados. El debate boliviano de estos días se centra precisamente este tema. La UNICEF recuerda: “En el mundo hay más de 150 millones de niños atrapados en empleos que ponen en riesgo su salud mental y física y los condenan a una vida sin diversiones ni instrucción”.
El fenómeno del trabajo infantil se encuentra concentrado sobre todo en las regiones más pobres del planeta ya que es un subproducto de la misma pobreza, que a su vez contribuye a reproducir. Sin embargo, tampoco faltan casos de niños trabajadores en las zonas marginales del Norte del mundo. La UNICEF siempre ha luchado contra la plaga del trabajo infantil y lo hace con un enfoque que toma en cuenta la naturaleza compleja del fenómeno y las condiciones concretas en las que se encuentra la infancia explotada. La UNICEF considera básicamente la diferencia entre child labour –explotación económica en condiciones nocivas para el bienestar psicofísico del niño- y chidren’s work, una forma de actividad económica menos pesada que no perjudica la salud ni la instrucción del menor. Según datos del ILO, en el mundo hay 74 millones de niños empleados en diversas formas de trabajo peligroso como la minería, en contacto con sustancias químicas y pesticidas agrícolas o con maquinarias peligrosas. Es el caso de los niños empleados en las minas de Camboya, en las plantaciones de té en Zimbabwe o que fabrican brazaletes de vidrio en la India. Una de las peores formas de trabajo infantil es el de la calle, es decir los niños que se pueden ver en cualquier metrópolis asiática, africana o latinoamericana que tratan de sobrevivir recogiendo basura para reciclar o vendiendo alimentos y bebidas. Sin embargo a partir de 2002 se ha verificado, sobre todo en América Latina y el Caribe, una disminución del 26 % en el número de menores empleados en trabajos peligrosos
Progresos más lentos se registran en cambio en el África Subsahariana (donde todavía han 69 millones de niños empleados en diversas formas de child labour) y en Asia, donde los niños trabajadores son 44 millones. Afrontar el problema del trabajo infantil también es de fundamental importancia para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio 1 (erradicar la pobreza extrema) y 2 (instrucción primaria universal).