El Papa Francisco aconsejó con ironía a los “trepas” que en vez de entrar a la Iglesia vayan a «hacer alpinismo», porque “es más sano”. Los invitados a la ya tradicional Misa en Santa Marta lo escuchaban con atención -aunque el despertador hubiera sonado muy temprano esa mañana- e imagino que más de uno debe haber buscado con la mirada algún argentino que le explicara, al terminar la ceremonia, el significado de esa palabra tan rara, “trepas”.
Apenas habían transcurrido un par de horas de ese primer lunes de mayo -en cuyo Evangelio del día Jesús reprocha a la gente que lo sigue solamente porque ha saciado su hambre con la multiplicación de los panes y los peces- cuando en mi casilla de correo electrónico empezaron a llover mensajes. El “experto en bergoglismos” tenía la obligación moral de explicar qué había querido decir el Papa con aquella expresión que sonaba tan divertida aunque sin duda tenía un significado menos simpático.
“Trepas”, en plural, es la forma abreviada de trepadores. La palabra proviene del lunfardo, esa jerga de Buenos Aires que nace a fines del siglo XIX con la fuerte influencia de los inmigrantes europeos que llegaron a los puertos de las dos metrópolis del Rio de la Plata, Buenos Aires y Montevideo. A diferencia de sus países de origen, las sociedades que se formaron en estas inmensas ciudades de América del Sur eran muy abiertas y permeables a las diversidades. Pero existían códigos de comportamiento que se debían respetar y el que no lo hacía era objeto de la desaprobación pública. Si el hijo del zapatero o del albañil llegaba a ser médico o abogado, este ascenso social se consideraba el fruto merecido del esfuerzo y del trabajo. Lo que de ninguna manera se aceptaba era la actitud de los que “subían” a costa de los demás, ocupándose solamente de sus propios intereses o de los igualmente mezquinos intereses de su clan. Personas que por lo general quemaban etapas aprovechando influencias para obtener ventajas sin acreditar méritos personales o apropiándose de los méritos ajenos. Estos eran los “trepadores”.
En los años ‘60 Vance Packard publicó “Los trepadores de la pirámide” (The pyramid climbers) resultado de una amplia investigación sobre los problemas, los obstáculos, los fraudes, las falsificaciones intelectuales y la inmoralidad de los que pretendían escalar las pirámides empresariales en el mundo de las corporaciones a cualquier precio. En fin, los trepadores.
En el español clásico existe otra palabra que prácticamente es un sinónimo de trepador: arribista. El arribista no duda en mostar solamente aquellos aspectos de su persona que son funcionales a sus objetivos. Pobre de títulos y virtudes, sabe manipular la vanidad, el desconcierto y la ignorancia de los demás. El arribista sube, sube cada vez más arriba. Tanto si se trata de una multinacional, de una asociación del pueblo, de un club deportivo o de la Iglesia Católica, a la que tal vez proclama que pertenece. “En el uso del dinero, por ejemplo, tratando de aprovecharse económicamente de la parroquia, de la diócesis, de la comunidad cristiana, del hospital, del colegio”, explicó el Papa.
¡Qué bien que hacen sus palabras! Reconfortan a los que han sido víctima del desprecio y la violencia de los “trepas”.
“¡En la Iglesia también hay trepadores!”, siguió diciendo. Y no es ninguna novedad, ya lo sabíamos, pero es una alegría escuchar que lo diga él mismo. Porque él también ha conocido muchos cuando era obispo y arzobispo de Buenos Aires. Los ha fustigado desde el púlpito de la catedral metropolitana, los ha confesado aceptando su arrepentimiento y alentándolos para que cambien de actitud. ¡Los peores “trepas” son los que usan a la Iglesia en provecho propio! Y aquí introduce el Papa su toque personal: “Si eso es lo que te gusta, mejor vete a hacer alpinismo. ¡Es más sano! Pero no vengas a la Iglesia para trepar”.
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