Que el fútbol es “pasión de multitudes”, más que un eslógan deportivo es una definición de la realidad. Argentina y fútbol son un solo corazón. Al que le interesa, por lo general lo atrapa: se apasiona por un equipo y le entrega su corazón, se convierte en un “hincha”, en la jerga de los argentinos. Es difícil que un hincha traicione su primera pasión, a menos que los avatares de la vida lo obliguen a vivir en un país lejano, o bien, cosa que ha ocurrido más de una vez, el club de sus amores desaparezca por un fracaso económico. En fin, para la mayoría de los hinchas, la fórmula matrimonial “hasta que la muerte los separe” es más válida que nunca.
La pertenencia de un hincha nace en muchos casos en el seno de su familia; hay grupos familiares donde nadie soñaría jamás que uno de sus miembros coquetee con un equipo distinto al que constituye la identidad de sus orígenes; y cuando hay diferencias de opinión, éstas se aceptan, sí, pero al precio de eternas discusiones. La escuela es otro caldo de cultivo donde se esboza y cristaliza una pertenencia futbolística. Cualquiera sea el origen histórico de una pasión, los lazos que unen con el club se conservan inmutables en el tiempo. Es más, crecen con el tiempo. Se padecen las derrotas y se goza con los triunfos a los veinte, a los treinta o a los cuarenta años, suspendido en una eterna juventud.
Sabemos que el Papa Francisco no es inmune a esta “ley” de la pasión deportiva. Él también es un “hincha” y su equipo siempre fue San Lorenzo de Almagro. Conoce su historia y, cuando puede, trata de mantenerse informado sobre las alternativas del equipo. Sabemos también que la fantástica noticia de que había ganado el último campeonato (2013), después de mucho tiempo que no ocurría, lo llenó de alegría. Pero Francisco va más allá. En su profunda formación de jesuita argentino, nada que sea “popular” le es ajeno: cocina, música, fútbol, literatura, poesía. Y por eso también conoce muy bien la jerga futbolística, la usa con propiedad y no duda en utilizarla con fines pastorales.
Como ocurrió en la Jornada mundial de la juventud en Brasil –otro país apasionado por el fútbol, si los hay-, cuando se dirigió a los jóvenes exhortándolos a “jugar en el equipo” de Jesús. Y no abandonó la metáfora futbolística antes de exprimirla bien. “¿Qué hace un jugador cuando lo convocan para que juegue en un equipo? Debe entrenarse, ¡y entrenarse mucho! Así es nuestra vida como discípulos del Señor”. Después citó a San Pablo, que a los cristianos de su tiempo les pone de ejemplo la disciplina deportiva y las cualidades que requiere: “Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, lo hacemos por una corona incorruptible”(1Cor 9,25). Ese mismo premio el Papa lo describe con una comparación muy conocida: “¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda, una vida feliz, y también un futuro con Él que no tendrá fin, allá en la vida eterna. (…). Pero nosotros tenemos (…) que “estar en forma” para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe”. Es decir, debemos “sudar la camiseta”. Lo que no solo tiene que ver con el mundo del fútbol, sino, por ejemplo, con el trabajo. El que trabaja, el que “se gana el pan con el sudor de su frente”, también suda la camiseta; y los deportistas (no solo en el fútbol) que más la sudan, son los que corren más, los que más se juegan y se esfuerzan para que triunfe su equipo.
La idea del Papa Francisco fue siempre una Iglesia en camino. No la concibe como un conjunto de grupos estáticos, la quiere en marcha, en movimiento, es más, en carrera y “sudando la camiseta”: jugando en el equipo de Dios, que son sus atletas. La realidad del sacrificio requiere algo más que la prolija presencia dominical y se parece más a la fatiga de un día de trabajo… o de un partido decisivo que define la posición en la tabla.
Siguiendo con las imágenes del fútbol, en varias oportunidades le escuché decir que hay que “patear para adelante”, hacia el arco; no quedarse atrás, con miedo o a la defensiva; tenemos que jugar a ganar, a convertir el gol. Como sugiere la metáfora, no perder tiempo con gambetas que no llevan a ninguna parte, ni quedarse atrás o en mitad de la cancha. “Patear para adelante” es una actitud sana, que le ofrece a Dios la oportunidad de darnos la victoria.
Quizás en otros tiempos el Papa jesuita hubiera usado expresiones más bélicas, propias de militares, soldados y compañías dispuestas para la batalla, pero éstas de ahora penetran en oídos que las otras, quizás, dejarían indiferentes.
Pero que todo esto no lleve a confusiones. El Papa Francisco no subestima la Palabra, sencillamente la complementa con otras para llegar más lejos, hasta periferias que de otro modo resultarían inaccesibles.
- Ese Dios católico que nos “primerea” siempre.
- “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús” Gesù
- Una civilización que está “falseada” tiene urgente necesidad de la esperanza cristiana
- “Hagan lío”, porque la Buena Noticia no es silenciosa…
- Esa anulación que elimina al Otro. No se dejen ningunear
- El Pescador quel lama a “pescar” una mirada nueva hacia la sociedad y la Iglesia
- Qué pena una juventud empachada y triste!
- “Misericordiando”. Dialogo con el Papa sobre un gerundio curioso
- El “chamuyo” de Dios
- ¡Qué Dios me banque! Si Él me puso aquí, que Él se haga cargo
- El espíritu del soldado y los generales derrotados por el “habriaqueísmo”
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